La propia FIFA lo mencionó como el futbolista más elegante de todos los tiempos. El húngaro Florian Albert fue una de las grandes estrellas de los años 60 y 70. Ídolo indiscutible de Ferencvaros, falleció el mes pasado a los 70 años.
Después de él, el fútbol húngaro quedó vacío. El equipo que se había acostumbrado al liderazgo frecuente y la gloria de los equipos sin olvidar se desvaneció, se detuvo en el tiempo. Florian Albert, ese futbolista enorme (medía 187 centímetros) con un juego gigante fue el último gran exponente que ofrecían los magiares. Dicen que la mejor expresión de él ocurrió con motivo del Mundial de 1966: en Goodison Park, un estadio lleno de expectativas estaba dispuesto a rendir homenaje a Pelé -que ya hacía tiempo que era O Rei- y a sus destacados socios Garrincha. y Tostao. Pero de repente, ese grandote con la cabeza erguida, con movimientos impecablemente sincronizados, se convirtió primero en el dueño del juego y luego en el reconocimiento unánime. Contra todo pronóstico, los campeones defensores de Chile 1962 tropezaron con Albert. Era,
Su palmarés no cuenta su juego, pero lo define: Albert fue y es el único húngaro que ha ganado el Balón de Oro, en 1967. Nacido en la tierra de Ferenc Puskas y el resto de cracks magiares de 1954, tal conquista significa una enorme fuente de orgullo. Jugó 75 partidos con su selección entre 1959 y 1974. Y en ese periodo fue el mejor de los herederos de aquella élite que convirtió a Hungría en la mejor selección del mundo en los años 50, más allá del Milagro de Berna (aquel episodio extraordinario en el que Alemania lo derrotó en la final de la Copa del Mundo). Marcó 31 para la Hungría de su corazón. Cuatro de ellos sucedieron en el Mundial de Chile de 1962, en el que fue uno de los máximos goleadores y considerado oficialmente el mejor jugador joven del torneo. También ganó el bronce en los Juegos Olímpicos de Roma de 1960 y en la Eurocopa que se celebró en España en 1964.
José Sámano relata en el diario El País: “El fútbol, metáfora de la vida, no siempre premia a tiempo a los protagonistas de su mejor historia. A los húngaros, por ejemplo, que protagonizaron una de las grandes epopeyas en los años 50 de esta deporte (...) En 1967, Florian recibió el Balón de Oro, el único recibido por un húngaro. Bien merecido por Albert, gran heredero de una de las mejores escuelas de la historia. Con Albert, el fútbol dio sus frutos a uno de los sus mayores deudas". Esa conquista individual fue mucho más que un trofeo; Se trataba de la reivindicación de quienes habían sido sus inspiradores. Albert siempre lo decía: "Todo lo que aprendí de fútbol lo aprendí de ese equipo". La de aquellos húngaros imborrables: Kocsis, Puskas, Czibor, Hidegkuti...
Más allá del seleccionado, fue fiel al equipo que le dio espacio: el Ferencvaros. Siempre contó sobre la institución de Budapest: “Es el gran amor de mi vida”: En aquellos tiempos se ganó un par de apodos: El Emperador y El Bailarín. El primero hablaba de sus conquistas; el segundo, de los caminos que siguió para alcanzar el éxito. Debutó a los 17 años y vistió esa camiseta al estilo Bochini: siempre. Entre 1958 y 1974 marcó 256 goles en los 351 partidos que disputó y ganó cuatro títulos de Liga. En 1965 también se proclamó campeón de la Copa de Ferias, precursora de la Copa de la UEFA y actual Europa League. Aquella victoria en la final ante la Juventus, en Turín, supuso el único título continental a nivel de clubes para el fútbol húngaro. Nada menos...
El periodista Jesús Camacho escribe en El Enganche: “En el fútbol todos tenemos en la retina el juego y la elegancia de ciertos futbolistas, esos capaces de dotar a su pose, a su trayectoria y a su lucha, de movimientos suaves y gracia. Esa estirpe de jugadores que convirtió este deporte en arte, en danza, en música, estirpe a la que pertenece un 'gigante' húngaro que nació en plena Segunda Guerra Mundial en un pequeño pueblo llamado Hercegszántó, un Águila Verde llamado Florian Albert". Nació para jugar al fútbol y se preocupó por aprenderlo todo de la mano de los mejores profesores posibles. Fue, esencialmente, un militante de la estética del juego.
La Real Academia Española, en su definición de elegancia, también retrata a la estrella húngara: “dotada de gracia, nobleza y sencillez; graciosa, proporcionada, de buen gusto”. Lo contaron también las crónicas de la época y lo contaron después los que lo vieron sobre el césped: su juego tenía todo lo que la palabra exige.
La última noticia fue un mazazo. La agencia Reuters informaba el último día de octubre: "El exfutbolista Florian Albert, ganador del Balón de Oro en 1967, falleció este lunes a los 70 años. La federación de fútbol de su país, encargada de dar a conocer la noticia, no ha explicado los motivos de su muerte, aunque la semana pasada fue intervenido quirúrgicamente del corazón tras el que sufrió algunas complicaciones". Se fue para siempre, quizás sin saberlo: todo un país y ese deporte que abrazó como su más profunda pasión lo mantendrá siempre como uno de sus mejores anhelos. Los médicos que lo operaron por última vez no se dieron cuenta: el corazón de Albert todavía latía como un balón de fútbol.
Imágenes fuente: FIFA .
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