Warren S. McCulloch, del laboratorio electrónico del Instituto de Tecnología de Massachusetts, decía en abril de 1966 (La Razón, Buenos Aires, 26-4-66) que... «una computadora no puede cambiar de opinión, como el hombre, catorce veces en tres décimas de segundo». Y añadió que el hombre puede hacerlo porque posee un trillón de neuronas computadoras con un total de dos millones de componentes biológicos separados.
Seguramente que Warren S. McCulloch no pensó estar «hablando de fútbol» cuando formuló esa declaración.
Fútbol dinámica de lo impensado.
Pero el hombre reflejado en aquella conclusión científica es el mismo hombre que juega al fútbol y produce impensadamente todo lo que un partido de fútbol registrará entre veintidós hombres, una pelota y, además, una infinidad de circunstancias que escapan a la voluntad de aquellos hombres.Es ese «hombre común», pese a ser siempre el mismo jugador, el mismo dotado, superdotado o poco dotado, el que hará siempre diferentes dos partidos donde jueguen los mismos hombres y aparentemente las mismas circunstancias visibles. Pero nunca «las mismas» entre aquellas que escapan al control humano.
El hombre común.
Es ese «hombre común» el culpable de la «casi inutilidad» de este libro y acaso todos sus semejantes.Es ese hombre común, no sólo desigual a todos los hombres sino constantemente desigual para consigo mismo, el que hará desiguales dos partidos de fútbol «iguales» pensados de una misma manera; dos viajes en automóvil en una gran urbe a cargo del mismo conductor y bajo el mismo tratado de conducción.
Y más aún, muchísimo más, cuando se trate —como el fútbol o el manejo de un automóvil— de superar factores de oposición tan cambiantes y tan imprevistos como las propias fluctuaciones en las ideas de «nuestro individuo» o de «nuestro equipo».
Leer también: El Zenit irrumpe en el panorama del fùtbol mundial con millones, misterios y cracks.En toda confrontación deportiva hay una oposición a vencer.
Deportes individuales y colectivos.
Aun en las más solitarias carreras contra el inofensivo reloj.Pero, en los deportes individuales, la oposición directa es pasiva.
En el fútbol es combativa. Es oposición total.
En el deporte de acción individual nadie priva a nadie de su instrumento competitivo básico.
Si dos pintores concursan a un mismo tiempo y ante un mismo motivo para establecer un circunstancial escalafón de valores artísticos, un pintor no despojará al otro de su pincel.
Un atleta lucha contra la distancia, contra la herramienta, contra la valla, contra la varilla, contra su fatiga... pero sin que un adversario le coarte el movimiento, ni le quite el disco, la bala, la jabalina, la garrocha o el martillo.
El fútbol se juega con la aceptada ley del derecho al despojo.
El fútbol se juega con la aceptada ley del derecho al despojo de la herramienta básica de juego.He ahí —para él, para el rugby, para el basquetbol y todos los deportes colectivos de oposición directa— una condición que hace absurda, imposible, una reiterada pretensión comparativa de muchos espíritus propensos a encandilarse con la luminosidad de la dialéctica tecnológica, que no discrimina entre técnica y humanidad en aquella pretensión de refundir, en un común presupuesto de metodización, a las actividades específicas de un futbolista con las de un operario, las de un atleta de cualquier competición deportiva individual, y hasta las de un artista de comedias.
Esto último es frecuente, y no sólo en neófitos en materia futbolística; aun en supuestamente idóneos en fútbol, sea por debilidad de convicciones o por temor a quedar fuera de época, de no hablar «al ritmo» de una época... embustera. Eufemista.
Para el fútbol es ocioso hablar de una técnica.
Pero para el fútbol es ocioso hablar de una técnica, de una manera de jugar bien, de una norma para jugar o «ver mejor» un partido, siendo que habrá muchas humanidades fluctuantes, cambiantes, sorpresivas, imprevistas, espontáneas... que impondrán la vigencia de muchas técnicas. La técnica del imprevisto por sobre todos los previstos.Y más aún: limitando esa técnica al uso de la más indócil de las armas posesivas del hombre, los pies, siempre más indóciles que las manos al ordenamiento del cerebro. La espontaneidad no se puede metodizar en ningún orden de cosas. Además: nunca, en ningún orden de cosas, hemos visto surgir un hombre virtuoso solamente porque «le enseñaron» a ser virtuoso. El cirujano, el músico, el futbolista, todos tienen que nacer virtuosos para llegar a ser virtuosos mediante sus distintos senderos naturales: unos capacitándose, otros manifestándose.
Sociólogos y filósofos.
Hay sociólogos y filósofos que suelen resultarme los mejores autores de libros de fútbol que yo conozca.Uno de ellos, Julián Marías, dice muy bien, sin pensar que esté «hablando de fútbol», que... cuando se sabe lo que va a pasar es que no va a pasar nada.
Cuando la espontaneidad es planificada, lo espontáneo se acaba.
Y si al fútbol lográramos hacerlo no espontáneo, como muchos pretenden hacerlo creer, pero no lo logran jamás, entonces sí podríamos decir nosotros, a coro con aquel tratadista de conducción de automóviles en el tránsito urbano: «este libro sustituye con ventajas al cerebro humano».
Porque estaríamos asistidos por la posibilidad de reunir —planificada la espontaneidad en todas sus facetas previsibles e imprevisibles— la totalidad de aquellos cambios de opinión que, a razón de catorce veces por cada tres décimas de segundo, es capaz de realizar el hombre y, de hecho, como hombre que es, el hombre que juega al fútbol.
Estaríamos, en ese caso, seguros de viajar desde el centro de Buenos Aires hasta la más encrucijada barriada callejera, por un camino determinado a priori, planificado, exento de alteraciones hasta ahora imprevisibles por atascamientos de vehículos, clausuras temporarias por accidentes sin hora fija, trabajos de reparación de calles, manifestaciones estudiantiles perseguidas por policías, o presentación de sus cartas credenciales por un diplomático extranjero.
Jugar al fútbol y viajar en automóvil.
He allí un símil entre jugar al fútbol y viajar en automóvil con la aceptada «regla de juego» de que en un caso nos quiten la pelota que necesitamos para jugar, y en el otro nos bloqueen la calle por donde necesitamos pasar. ¿Solución? ¡Escaparle a la gente! (condición básica para jugar bien al fútbol).¿Plan para «escaparle a la gente»? Uno solo posible: el del instinto, el de los catorce cambios de opinión en tres décimas de segundo que hace posibles nuestro trillón de neuronas computadoras y sus dos millones de componentes biológicos separados.
Moraleja: el fútbol es un arte del imprevisto.
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Asì lo decía el gran Dante Panzeri.
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