Es un domingo sin sol en La Paternal y en esa breve continuidad geográfica llamada Villa General Mitre. Los dos jóvenes que pasean junto a Juan Agustín García lo dicen con un orgullo heredado: "Vamos a Maradona".
No vieron a ese Diego fundacional, pero les contaron los detalles de esa leyenda que habita cada rincón que ahora recorren. El mayor crack comenzaba a crecer en esta geografía, cobijado de tantas mañanas frías en el mismo escenario que ahora le rinde homenaje.
Los dos niños, como tantos otros niños, van a ver a un Argentinos que juega poco o nada como en los días de El Diez. Pero sienten que es de ellos, que les pertenece, que está entre todos los que de alguna manera van a Boyacá, aunque resida en la lejana Dubái.
La escena no es casual: Diego hizo Argentinos Argentinos. Por lo que ofreció -esos 116 goles en 166 partidos que le hicieron y le convierten en el máximo goleador de la historia del club- y por lo que generó. De su millonario traspaso, pronto surgió otro equipo de magos que produjo el mejor ciclo de la historia del club, el de los primeros títulos, el de la Libertadores, el de Bichi Borghi, el de Castro y Ereros, el de Olguín y Panza Videla. Desde su paso por La Paternal, el mundo sabía que el mejor caldo de cultivo estaba en esa esquina de Buenos Aires. Solo eso. Todo lo que.
Fue un fenómeno con particularidades únicas. Lo cuenta el periodista Miguel Ángel Vicente, en el libro Mitos y creencias del fútbol argentino: "Se había corrido la voz en esos tiempos. Se decía, y con razón, que Argentinos Juniors era como el mejor champagne. Para unos pocos. Era casi prohibido al consumo general, porque el equipo de La Paternal, a pesar de su reconocida línea de juego, tenía muy poca clientela, pocos seguidores, poca afición en comparación con los grandes equipos, pero llegó Diego Armando Maradona y la historia se hizo popular.
Aparecieron aficionados en todas las gradas y lo único que fueron a ver fue la magia del genio. Del pibe que puso su sello el mismo día de su debut ante Talleres de Córdoba, a los 16 años, cuando mostró toda su irreverencia tirándole un caño a Juan Domingo Cabrera. Esos aficionados eran de otros equipos. Era fácil identificarlos, siempre sentados a los costados de la grada, desapasionados con la camiseta, encantados con el fútbol que les regalaba Diego. Fue un idilio que comenzó en 1976 y continuó para siempre. Aunque en 1981 ya jugaba en Boca, su huella sigue presente en La Paternal.
El 20 de octubre de 1976 comenzó la historia oficial. Era otro Diego. No podría ser de otra manera. Miguel Angel Bertolotto, quien cubrió para el diario Clarín aquel partido inaugural ante Talleres de Córdoba, lo retrató -en algún rincón de esta Redacción-: "Parecía un pollito mojado sentado ahí, en la rústica banca de madera en el fondo más lejano y oscuro". rincón del antiguo vestidor.
El rostro juvenil, los ojos vivos llenos de asombro, la cabeza llena de rizos negros, la voz casi inaudible. Poco a poco se fue rodeando de periodistas, inaugurando lo que sería una constante en su vida de novelista. Ocho, diez, doce reporteros atrapados por la curiosidad: un muchachito de apenas 15 años ya estaba en Primera División. En diez días, el 30, cumplo 16...', se presentó. Y había que sacarle otras frases con un sacacorchos.” Cuestiones de tiempo: el niño mudo se convirtió luego en el hombre de la verborrea más universal.
Javier Roimiser es médico, pero por encima de todas las cosas hay otra pasión que lo impulsa: su nombre es Argentinos. Nació en octubre de 1974 y su infancia lo encontró viendo a Maradona en la televisión en blanco y negro. Mientras sus compañeros seguían a varios superhéroes importados, él optó por observar a Diego. Ya no podía cambiar. Lo confiesa ahora y lo ha confesado siempre: es hincha de Argentinos por Maradona. Dedicarse a la medicina no lo inhibió: también es periodista e historiador del club de La Paternal. Conoce los detalles de ese viaje como ningún otro.
Y cuenta, por ejemplo, que en el Ducó contra el Huracán, Maradona marcó un gol tan bonito o incluso más bonito que el de los ingleses en México 1986. De gol en gol. Carlos Milani -goleador central en aquel Argentinos de 1977- le dijo una vez a Roimiser: "El balón se fue de la defensa al fondo de la portería de Huracán... no la tocaron, fue el gol más grande de Diego... Me estaba agarrando la cabeza". y no lo podía creer... como anécdota, todo el estadio aplaudió durante tres o cuatro minutos y Nitti no dio la orden de salir del centro del campo mirando a Diego... Si el Negro Enrique se jacta de haberle dado a Maradona el pase-gol contra los ingleses, le di a Diego el pase-gol más bonito que hizo. Cogí el saque de meta y se lo di al pie en el mediocampo de nuestra área”. En la Mutual de Veteranos de Huracán, se expresan con un raro alarde: "El mejor Maradona pasó por aquí, por el Palacio". Magia del fútbol. Y de Diego.
En esa historia del crack y el club que le dio el mundo, hubo anécdotas que dan ganas de abrazar todos los días. Su absurda exclusión de la convocatoria de la Selección para el Mundial de 1978 es ineludible. Diego estaba enojado. Se había perdido siete partidos del Metropolitano por su concentración. Regresó el 21 de mayo ante Chacarita y marcó tres goles. De ese partido nació una frase que caminó con aires de fama por las calles de la Ciudad: "Maradona no debe ser descalificado de ningún otro lado porque se enoja y mete tres goles". Con Messi, ahora, pasa algo parecido: cada vez que alguien le molesta, el crack rosarino resuelve las diferencias con goles.
Los episodios de ese hechizo brotan en diversas memorias. De los propios y de los demás. De simpatizantes de toda la vida y simpatizantes ocasionales. En 1980, a las órdenes de Diego, Argentinos estaba teniendo una de las mejores temporadas de su historia, junto con 1960 y 1926. En la jornada 18 de la temporada, visitaba al líder River. Al cuarto de hora, en el Monumental, el árbitro Alberto Ducatelli señaló penalti a Argentinos. Ubaldo Fillol, héroe deportivo de la época, conoció a Maradona de la Selección. Y le dijo en voz baja: "Ahora te lo guardo". Y así lo hizo. El Pato voló y atajó. Ante la sonrisa del portero, el ascendente El Diez no se inhibió e hizo una promesa, con la ira de un león herido: "Ya verás, ahora voy a meter dos goles...". Y luego, Diego fue Maradona y Argentinos ganó 2-0. Con sus dos goles, claro.
Algo similar le sucedió al otro gran portero de la época. Hugo Gatti, de Boca, le dijo que era un gordito. Diego de Argentinos respondió con cuatro gritos que duraron para siempre. Al igual que su récord: durante cinco torneos consecutivos (entre 1978 y 1980) fue el máximo goleador. No pudo dar la vuelta olímpica que tanto deseaba y que haría en su siguiente paso por Boca (ya en 1981). Pero logró algo aún mayor: puso al club de La Paternal en el mapa del fútbol universal. Y quienes lo vieron y disfrutaron -los suyos, los demás, los imparciales, todos- ahora sienten el placer de contarlo con orgullo: "Vi a Diego jugar para Argentinos", dicen, repiten, se regocijan. Lo sienten como si fuera un descubrimiento personal. Pero, quizás, se equivoquen: Diego, de Argentinos, fue, es y será de todos. O al menos eso es lo que parece. O al menos eso parece.
Imágenes fuente: Argentinos Juniors.
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