En su juventud se desempeñó como maestro y desde entonces se le quedó pegado el apodo. Fue un valiente marcador central. Como técnico marcó una época. Fue campeón con Boca y con Peñarol. En el Mundial 2018 construyó un nuevo milagro uruguayo. Entonces las condiciones de salud y los resultados inciertos en la etapa eliminatoria sudamericana lo obligaron a abdicar en favor de Aguirre, su sucesor.
En la casa de Eduardo Galeano, en el barrio Malvín de Montevideo, colgado sobre las rejas de hierro pintadas de verde oscuro, hay un cartel con un cartel: "Cerrado por fútbol". Allí, junto a su esposa Helena, entre libros y artesanías, el escritor uruguayo está asombrado y entusiasmado: La Celeste hace magia y milagros en el Mundial de Sudáfrica y está en semifinales, contrariamente a los pronósticos hechos durante los rigores de la eliminatorias contra Costa Rica. Faltan pocos días para el partido contra Holanda. Galeano escribió entonces: “Espero que hoy la diosa del viento vuelva a besarnos los pies para que, independientemente de los resultados, mantengamos en alto nuestro honor”.
Uruguay hizo precisamente eso. Aunque perdieron, dejaron en alto su honor. Y ahí, en medio de la triste escena pero sin reproches, estaba el padre del nuevo milagro uruguayo en las Copas del Mundo: Oscar Washington Tabárez, ese Maestro. Es el dueño de todas las victorias de La Celeste en los últimos cuarenta años de mundiales. Y también construyó la mejor campaña desde aquel memorable Maracanazo, aquella epopeya en blanco y negro que tuvo lugar hace más de seis décadas. De ahí, los grandes nombres (como Roque Máspoli, portero de aquel equipo capitaneado por Obdulio Varela, que supo dejar en silencio a aquel monstruo de 200.000 cabezas), entrenadores de éxito en sus clubes (como Jorge Fosatti) y extranjeros destacados ( como Daniel Passarella) pasaron por las filas. Ninguno en ningún momento logró tanto como Tabárez,
Así, Tabárez ha montado un equipo a su imagen y semejanza. Sin tonterías, sin falsas promesas, con la garra charrúa que cuenta la historia, con la aportación de jugadores valiosos (como Diego Forlán, elegido mejor jugador de Sudáfrica 2010). Porque el entrenador lo sabe y lo dice con convicción: “No se puede hacer un gran equipo sin grandes jugadores. Y tenemos la oportunidad de contar con ese tipo de jugadores”. Uruguay estaba en su último episodio épico y también ahora, en la antesala de la Copa América, un equipo razonable. Como Tabárez a la hora de las palabras, que cuenta realidades sin maquillar. Tal vez lo aprendió en sus días de maestro, cuando nació el apodo que aún lo acompaña y lo define. Fue una época en que su pasión por el fútbol compartió espacio con su otra búsqueda: la docencia, como lo hizo en tres colegios del Cerro,
Más allá de su forma de ver el fútbol, Tabárez es un destacado líder de equipo. Los que le conocen al detalle, sus jugadores, lo saben. Y los directivos, que tienen que esforzarse para estar a la altura, lo saben. Vale la pena mencionar una anécdota: durante la Copa del Mundo, Sebastián Abreu le pidió que pateara el último penal en la serie de cuartos de final contra Ghana. El entrenador, aún sabiendo que El Loco podía hacer alguna locura -patearla al estilo Panenka-, lo dejó. Él confiaba en él. Él le dio la responsabilidad. El resultado fue este nuevo milagro para La Celeste. Ese detalle ocurrió de la única forma posible en la historia reciente: con El Maestro dando una lección de manejo.
De chico -de botija, en términos uruguayos- había jugado de delantero. Pero pronto se convirtió en un marcador central. Como manda la historia escrita en azul cielo: valiente, intensa. Jugó en equipos menores: La Fraternidad, Sudamérica, Sportivo Italiano, Wanderers, Fénix, Bella Vista. En el transcurso de esa vida deportiva, también caminó por zonas desfavorecidas, de gente trabajadora, enseñando en aulas donde nada estaba de más. Las escuelas donde enseñaba estaban cerca de su casa y, sobre todo, cerca de sus inquietudes. No eran tiempos fáciles, con grandes contratos. Una vez le dijo al diario Olé: "Terminé como futbolista sin haber ahorrado nada. Jugué en muchos clubes pequeños. Me alcanzó para comprar una casita".
Luego de su retiro como futbolista, inició su larga y valiosa carrera en ese oficio que lo llevó por todo el mundo. La nueva ocupación lo obligó a alejarse de la enseñanza en el aula. “Tuve que dejar los colegios. Estaba de baja sin goce de sueldo”, dice cada vez que le preguntan por esos días. Empezó en Bella Vista, con los equipos juveniles. Continuó con la selección de Uruguay Sub-20. Luego, tras entrenar a Danubio y Wandereres, ayudó a Peñarol a ganar la Copa Libertadores de 1987. Ya se hablaba de él, ese hombre de poco que decir y mucho hrkr5ZneTvQlacer. Estuvo en Deportivo Cali, llevó a La Celeste al Mundial de Italia 1990; llevó a Boca al campeonato después de once años. Luego vino a Europa: Cagliari, Milán, Oviedo. Luego regresó a Argentina: entrenó a Vélez y fue subcampeón con Boca en 2002.
Ahora, legitimado por sus logros y su trabajo e impulsado por el clamor popular, también dirigirá a Uruguay en la Copa América. Será su tercera participación en el torneo continental: fue subcampeón en 1989, en Brasil, y cuarto en la última edición, Venezuela 2007. Enfrentará el desafío como siempre lo hace, poniéndose en un segundo plano aunque estará en el centro de la escena. Dice ahora como siempre ha dicho: "Un entrenador debe tener la virtud de aprovechar sus recursos, pero no juega". Y así llegará Uruguay, con su Maestro al mando. En nombre de más gloria.
Fuente de las imágenes: Conmebol Twitter .
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