Holanda es un grande sin Copas del Mundo. Pero su fútbol resulta desde hace cuatro décadas uno de los más respetados y celebrados del mundo. La clave: el lujo de conjugar belleza y solidez.
Hristo Stoichkov conocía y conoce desde adentro la Escuela Holandesa. Fue, de alguno o de todos los modos, parte de ella bajo el cielo del Camp Nou.
El búlgaro que parece nacido en Barracas o en Parque de los Patricios jugaba en el Barcelona de Johan Cruyff, aquel que obtuvo la primera Copa de Campeones de la historia del gigante catalán, en 1992.
El sabía que ese equipo repleto de figuras era también el legado de una idea: la del fútbol total que la Holanda de los años setenta había practicado. La escena sucedió en 2010, justo antes de la final de la última Copa del Mundo, en Johannesburgo. En el centro de prensa ya no quedaba casi nadie a esa hora de la madrugada que nacía, pero Stoichkov seguía hablando de fútbol entre periodistas latinoamericanos. Holanda estaba en la final por primera vez desde 1978. "Este equipo es otra cosa. Le falta una parte del libreto: la de la belleza", decía el búlgaro en su español sin tropiezos.
En territorio sudafricano impresionaba esa Holanda, también. Pero no tanto por su juego. Con otro estilo -menos dinámico, más fuerte defensivamente, con menos espacios para la magia- llegó hasta el mismo lugar: la final de la máxima cita. Se le discutía entonces que muchas veces dosificaba sus capacidades y que entregaba sólo lo necesario para ganar. Y era cierto. Pero cuando esa Holanda de Bert Van Marwijk jugaba como realmente podía también daba gusto.
Capturó, en términos de números, todos los récords de cualquier seleccionado holandés. Esa campaña resultó mejor que las de los equipos inolvidables que participaron en Alemania 1974 y en Argentina 1978. Llegó hasta la final -esa que ganaría España con gol de Andrés Iniesta- con seis triunfos consecutivos. No sólo eso: antes de la derrota en el encuentro decisivo acumulaba un invicto de 25 encuentros. Sin embargo, su fútbol -también valioso- no tenía el encanto de La Naranja Mecánica, aquella escuela de fútbol.
Rinus Michels, ya desde los tiempos del Ajax, se mostró como el impulsor de la idea que luego recorrería el mundo. Al entrenador, la FIFA lo condecoró como el más destacado del Siglo XX. También lo ubica en el Salón de la Fama y cuenta sobre su aporte al fútbol: "Por supuesto, a Michels se le conoce por lo que es fundamentalmente el 'fútbol total', una estrategia ya mítica que permite a los jugadores ajustar sus posiciones y carreras de manera que se aprovechen al máximo los huecos que les concede el rival. Su equipo de 1974 utilizaba aparentemente un 4-3-3 en el que Jonny Rep se internaba por la derecha y Rob Rensenbrink hacía lo propio por la izquierda. Las subidas de los laterales Wim Suurbier y Ruud Krol añadían más opciones a un ataque que parecía aumentar y disminuir a voluntad, mientras que Cruyff tenía licencia para vagar por el campo en busca de formas de abrir el cerrojo adversario. Las claves del concepto de Michels eran un movimiento inteligente, entendimiento y forma física". Parece simple. Pero no es para cualquiera.
A ese fútbol y a ese técnico también los describió alguna vez Johan Cruyff, el mejor de los intérpretes dentro del campo de juego y -quizá- el más relevante de sus continuadores: "Siempre admiré mucho su capacidad para conducir el grupo. Como jugador y como entrenador, nadie me enseñó más que él. Con sus ideas, puso a Holanda en el mapa, hasta el punto de que actualmente casi todo el mundo está beneficiándose todavía de su labor. Muchas veces intenté imitarlo. Y ése es el mayor homenaje que se le puede hacer a una persona". Cruyff consiguió con aquella herencia algo muy grande: que el Barcelona se hiciera más Barcelona. Que el grande se transformara en gigante. Y que la Escuela Holandesa fuera una marca registrada también en Cataluña.
Desde hace varias temporadas, el Camp Nou aplaude de pie un fútbol estelar que hace del toque una militancia y de la ansiedad una ausencia. Y cuando el Barcelona sale de su estadio también escucha aplausos. Por una razón sencilla: intenta jugar a lo mismo y casi siempre lo logra. Hay otro aspecto central en la cuestión: el convencimiento de los intérpretes. Barcelona juega como el Barcelona incluso más allá de pequeñas modificaciones puntuales que cada entrenador incluya. Los títulos repetidos son la habitual consecuencia para esa idea que se practica desde la niñez y la adolescencia en La Masía, esa fábrica de fútbol de la que surgieron, entre otros, Xavi, Iniesta, Messi, Piqué, Busquets...
Josep Guardiola fue otro de los grandes representantes de la idea. Adentro del campo de juego, como lugarteniente del Cruyff entrenador, como dueño del mediocampo, de los tiempos y de los mejores pases. Y afuera, ya como director de esa orquesta que resultó su Barcelona. Ese equipo capaz de conjugar la belleza con la gloria y de trasladar al campo de juego una búsqueda inquebrantable. Y Pep, ahora, le da lugar a un nuevo desafío a la misma escuela: le está poniendo su impronta a la aceitada maquinaria alemana que ya ofrecía el Bayern Munich. Ganó la Bundesliga a paso de récord y quiere más para el futuro, más allá del golpazo que se llevó este martes en la semifinal de la Liga de Campeones ante el Real Madrid. De algún modo, Guardiola representa una evolución de aquella búsqueda nacida hace cuatro décadas.
En cualquier caso, el principal exponente de ese fútbol fue, definitivamente, aquella Holanda de 1974. Incluso más allá de que no fuera campeón del mundo. Y sobre todo porque se trató de un hito fundacional. El periodista Pedro Uzquiza, que mucho conocía de la cuestión, decía en la redacción de Clarín que ya en los años cuarenta La Máquina de River ofrecía los primeros indicios: "Ocupaba los espacios con la misma movilidad y voluntad de ataque que luego lo harían los holandeses". Pero Michels, Cruyff y compañía transformaron la idea en escuela y la hicieron visible ante los ojos del mundo. Y ahí anda todavía la Escuela Holandesa.
Escuchando aplausos, sumando títulos, generando adhesiones, más allá de algún tropezón.
Hristo Stoichkov conocía y conoce desde adentro la Escuela Holandesa. Fue, de alguno o de todos los modos, parte de ella bajo el cielo del Camp Nou.
El búlgaro que parece nacido en Barracas o en Parque de los Patricios jugaba en el Barcelona de Johan Cruyff, aquel que obtuvo la primera Copa de Campeones de la historia del gigante catalán, en 1992.
El sabía que ese equipo repleto de figuras era también el legado de una idea: la del fútbol total que la Holanda de los años setenta había practicado. La escena sucedió en 2010, justo antes de la final de la última Copa del Mundo, en Johannesburgo. En el centro de prensa ya no quedaba casi nadie a esa hora de la madrugada que nacía, pero Stoichkov seguía hablando de fútbol entre periodistas latinoamericanos. Holanda estaba en la final por primera vez desde 1978. "Este equipo es otra cosa. Le falta una parte del libreto: la de la belleza", decía el búlgaro en su español sin tropiezos.
En territorio sudafricano impresionaba esa Holanda, también. Pero no tanto por su juego. Con otro estilo -menos dinámico, más fuerte defensivamente, con menos espacios para la magia- llegó hasta el mismo lugar: la final de la máxima cita. Se le discutía entonces que muchas veces dosificaba sus capacidades y que entregaba sólo lo necesario para ganar. Y era cierto. Pero cuando esa Holanda de Bert Van Marwijk jugaba como realmente podía también daba gusto.
Capturó, en términos de números, todos los récords de cualquier seleccionado holandés. Esa campaña resultó mejor que las de los equipos inolvidables que participaron en Alemania 1974 y en Argentina 1978. Llegó hasta la final -esa que ganaría España con gol de Andrés Iniesta- con seis triunfos consecutivos. No sólo eso: antes de la derrota en el encuentro decisivo acumulaba un invicto de 25 encuentros. Sin embargo, su fútbol -también valioso- no tenía el encanto de La Naranja Mecánica, aquella escuela de fútbol.
Rinus Michels, ya desde los tiempos del Ajax, se mostró como el impulsor de la idea que luego recorrería el mundo. Al entrenador, la FIFA lo condecoró como el más destacado del Siglo XX. También lo ubica en el Salón de la Fama y cuenta sobre su aporte al fútbol: "Por supuesto, a Michels se le conoce por lo que es fundamentalmente el 'fútbol total', una estrategia ya mítica que permite a los jugadores ajustar sus posiciones y carreras de manera que se aprovechen al máximo los huecos que les concede el rival. Su equipo de 1974 utilizaba aparentemente un 4-3-3 en el que Jonny Rep se internaba por la derecha y Rob Rensenbrink hacía lo propio por la izquierda. Las subidas de los laterales Wim Suurbier y Ruud Krol añadían más opciones a un ataque que parecía aumentar y disminuir a voluntad, mientras que Cruyff tenía licencia para vagar por el campo en busca de formas de abrir el cerrojo adversario. Las claves del concepto de Michels eran un movimiento inteligente, entendimiento y forma física". Parece simple. Pero no es para cualquiera.
A ese fútbol y a ese técnico también los describió alguna vez Johan Cruyff, el mejor de los intérpretes dentro del campo de juego y -quizá- el más relevante de sus continuadores: "Siempre admiré mucho su capacidad para conducir el grupo. Como jugador y como entrenador, nadie me enseñó más que él. Con sus ideas, puso a Holanda en el mapa, hasta el punto de que actualmente casi todo el mundo está beneficiándose todavía de su labor. Muchas veces intenté imitarlo. Y ése es el mayor homenaje que se le puede hacer a una persona". Cruyff consiguió con aquella herencia algo muy grande: que el Barcelona se hiciera más Barcelona. Que el grande se transformara en gigante. Y que la Escuela Holandesa fuera una marca registrada también en Cataluña.
Desde hace varias temporadas, el Camp Nou aplaude de pie un fútbol estelar que hace del toque una militancia y de la ansiedad una ausencia. Y cuando el Barcelona sale de su estadio también escucha aplausos. Por una razón sencilla: intenta jugar a lo mismo y casi siempre lo logra. Hay otro aspecto central en la cuestión: el convencimiento de los intérpretes. Barcelona juega como el Barcelona incluso más allá de pequeñas modificaciones puntuales que cada entrenador incluya. Los títulos repetidos son la habitual consecuencia para esa idea que se practica desde la niñez y la adolescencia en La Masía, esa fábrica de fútbol de la que surgieron, entre otros, Xavi, Iniesta, Messi, Piqué, Busquets...
Josep Guardiola fue otro de los grandes representantes de la idea. Adentro del campo de juego, como lugarteniente del Cruyff entrenador, como dueño del mediocampo, de los tiempos y de los mejores pases. Y afuera, ya como director de esa orquesta que resultó su Barcelona. Ese equipo capaz de conjugar la belleza con la gloria y de trasladar al campo de juego una búsqueda inquebrantable. Y Pep, ahora, le da lugar a un nuevo desafío a la misma escuela: le está poniendo su impronta a la aceitada maquinaria alemana que ya ofrecía el Bayern Munich. Ganó la Bundesliga a paso de récord y quiere más para el futuro, más allá del golpazo que se llevó este martes en la semifinal de la Liga de Campeones ante el Real Madrid. De algún modo, Guardiola representa una evolución de aquella búsqueda nacida hace cuatro décadas.
En cualquier caso, el principal exponente de ese fútbol fue, definitivamente, aquella Holanda de 1974. Incluso más allá de que no fuera campeón del mundo. Y sobre todo porque se trató de un hito fundacional. El periodista Pedro Uzquiza, que mucho conocía de la cuestión, decía en la redacción de Clarín que ya en los años cuarenta La Máquina de River ofrecía los primeros indicios: "Ocupaba los espacios con la misma movilidad y voluntad de ataque que luego lo harían los holandeses". Pero Michels, Cruyff y compañía transformaron la idea en escuela y la hicieron visible ante los ojos del mundo. Y ahí anda todavía la Escuela Holandesa.
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