Marco Van Basten fue una de las grandes figuras de los años 80 y 90. Integró un Ajax acaparador de títulos y el memorable Milan de los holandeses. Pero las lesiones graves le acortaron la carrera.
Marcel van Basten, más conocido como Marco van Basten (Utrecht, Países Bajos, 31 de octubre de 1964), es un ex futbolista neerlandés, considerado uno de los mejores delanteros de la historia del fútbol. Una grave lesión le apartó de los terrenos de juego, obligándole a retirarse en 1995, aunque jugó su último partido en 1993.
Anteriormente, había obtenido con su primer club profesional, el Ajax Ámsterdam, 3 ligas neerlandesas, 3 copas neerlandesas y la Recopa de Europa como títulos más significativos, antes de fichar por el AC Milan y proclamarse con este equipo 2 veces campeón de la Copa de Europa, 2 veces campeón de la Supercopa de Europa, 2 de la Copa Intercontinental, varias veces campeón de liga y también ganador de múltiples títulos individuales como el Balón de Oro, con el cual fue galardonado en tres ocasiones, siendo el futbolista que más veces lo ha obtenido en la historia junto a Johan Cruyff, Michel Platini y Lionel Messi. En 1999 fue proclamado el 2.º mejor futbolista neerlandés de todos los tiempos, tras Johan Cruyff y en el 2004 fue elegido por la IFFHS el 12.º mejor futbolista del siglo.
En el mismo tiempo en el que Diego Maradona resultaba el paradigma del crack al que todos se querían parecer, aunque fuera en el territorio de la imaginación de cualquier picado, Marco Van Basten era el perfecto ejemplo para los que querían jugar de número nueve (de pescador, en el lenguaje del campito). El detalle es sintomático: en tiempos en los que la televisión no ofrecía casi nada de fútbol en comparación con estos días, el delantero holandés -emblema de los años 80 y de principios de los 90- conseguía que se le prestara atención en muchos rincones del mundo. La Serie A conseguía trascender las fronteras de Italia y aquel Milan del que Van Basten era estrella generaba asombros afines a los del Barcelona de este tiempo. "El que jugaba de diez, quería ser Diego; el que jugaba de nueve quería ser Marco", cuenta ahora Fernando Kejval, un adolescente de aquel tiempo, quien ahora -hombre de las finanzas y vinculado al fútbol- tiene que conformarse con jugar como lateral izquierdo en algún equipo de veteranos en el torneo de la Universidad de Buenos Aires.
La Eurocopa reciente que consagró a España como campeón e impecable retrato del mejor fútbol de esta era, ofreció también -de algún modo- un nuevo homenaje al perfecto centrodelantero. En el debut de Ucrania frente a Suecia, en el estadio Olímpico de Kiev, Andriy Shevchenko -con sus 35 años muy bien disimulados- jugó un partido para todos los aplausos. Corrió como en sus mejores días, ganó por presencia, por velocidad, por astucia. Hizo dos goles de cabeza tras dos vuelos de elasticidad plena y le dio la victoria al seleccionado de su país. Shevchenko llegó al Milan en 1999, tras ser repetida figura del Dinamo Kiev. A su arribo, el inmenso José Altafini -referente del Milan y tercer máximo anotador de la historia del Calcio- le puso un apodo que duró para siempre: "Llega el Van Basten del Este", dijo. Cada vez que lo compararon, el ucraniano respondió: "Demasiado cartel para mí". Lo admiraba. No hubo casualidad en la referencia de un comentarista italiano durante ese encuentro en Kiev: "Volvió Van Basten".
En la Eurocopa, justamente, hace 24 años, Van Basten consiguió algo muy difícil: que un gol se hiciera inmortal. Aquella jugada sin olvido la evocó el periodista Pablo Alvarez en el diario ABC: "Mühren corría por la banda izquierda, a la contra. Su centro no fue bueno. Gullit entraba por el área como un tren, y a su lado galopaba el central Van Tiggelen, presto al cabezazo. Pero el balón de Muhren les sobrevoló, destinado a perderse casi por el lateral del área. Ahí estaba un tal Marco, Marco Van Basten. Cualquier otro hubiera intentado pinchar la bola y retrasar hacia el melenudo Gullit, que parecía tenerlo mejor. Pero no Van Basten: contra toda lógica, enganchó una volea imposible que sobrevoló al gran Dassaev para colarse por la escuadra contraria. Era el 2-0, era el título de la Eurocopa de Alemania 1988 para Holanda. Era un gol para la historia, como los marcan los grandes: en el momento decisivo". El propio Marco -Marcel, su nombre original neerlandés- lo contó varias veces a su modo y manera, con menos palabras: "Cuando recibí el balón, estaba un poco cansado y pensé: puedo pararlo y tratar de hacer algo entre todos esos defensas o, más fácil, arriesgarme y disparar. Todo fue bien. Es una de esas cosas que a veces, simplemente, ocurren". Y ocurrió.
Fue, según cada encuesta posterior a aquel día, el mejor gol de la historia de la Eurocopa. Alguna vez, en tiempos recientes, la UEFA organizó -a través de su sitio oficial- una consulta pública entre los usuarios para determinar cuál había sido el mejor tanto en una final de la máxima competición europea. Aquella volea ganó con un amplio margen: sumó el 69% de las adhesiones. Atrás quedaron el del español Fernando Torres a Alemania, en 2008; el de David Trezeguet para Francia ante Italia en 2000; el mítico penal del checo Antonín Panenka en la serie definitoria contra Alemania, en 1976; y el del alemán Horst Hrubesch frente a Bélgica, en 1980. Ese gol es una memoria que late cada vez que se habla de la Eurocopa. Sucedió también ahora, bajo el cielo de Polonia y de Ucrania, en la actual edición.
Pero aquella fue apenas la carta de presentación definitiva de Van Basten. Lo que seguiría confirmó que no hubo azar en la volea. Resultó, a pesar de lesiones, uno de los grandes delanteros de todos los tiempos. Ganador en cada rincón donde estuvo. Goleador capaz de muchos récords. Obtuvo tres Balones de Oro (en 1988, 1989 y 1992) y un premio al Jugador del Año de la FIFA (en 1992). Sus primeros goles los gritó cerca de su casa, en la mansedumbre de la ciudad de Utrecht. Su primer gran salto lo dio a los 17 años, cuando se incorporó al Ajax. Debutó en 1982, con un detalle que -a los ojos del tiempo- resulta casi mágico: ingresó en reemplazo del inmenso Johan Cruyff. Ya en 1986, Van Basten no era uno más en Europa: entonces, hizo más goles que cualquier otro (37 en 26 encuentros). En un partido ante el Sparta de Rotterdam llegó a marcar seis tantos. Tras obtener con su club tres Ligas y tres Copas de Holanda, conoció la consagración continental, al ganar la Recopa de 1987. En la final frente al Lokomotiv Leipzig, de la entonces Alemania Oriental, Marco convirtió el único tanto. Era la próxima joya para las grandes Ligas.
Silvio Berlusconi, presidente del Milan, estaba encantado con ese delantero flaco y alto que sumaba cuatro temporadas como máximo anotador de la Liga de Holanda, la Eredivisie. Puso dos millones y medio de dólares y se lo compró al Ajax. Retrato del fútbol de hace poco más de dos décadas: con lo que ahora se paga por un defensor suplente antes se podía comprar al mejor de los delanteros. Así Van Basten comenzó a ser parte del Milan de Arrigo Sacchi, ese que le devolvió al equipo rossonero la gloria en colores. Ganó títulos a cada paso, con un fútbol que merecía todos los aplausos en cualquier domingo de Serie A o en cualquier miércoles de Copa de Campeones. Al estupendo Milan de los holandeses lo retrató Jaime Rincón, en el diario Marca: "Fue un colectivo magistralmente coordinado, con un Baresi imperial en la retaguardia que ordenaba el pressing a la voz de '¡Milán!', un tridente en el mediocampo donde Rijkaard ponía la cordura táctica aderezada de elegancia, y una conexión arriba en la que el despliegue físico y la amplitud de recursos de Gullit acompañaban al mayor genio de los once, Marco Van Basten. El genial delantero tulipán era un virtuoso del remate. Pocos puntas en la historia han gozado de tantas alternativas para acabar las jugadas. Muy pocos". Vestido de rojo y negro ganó once títulos, entre ellos tres Scudettos, dos Copas de Campeones y dos Intercontinentales.
Era un futbolista también con mucha personalidad fuera del campo de juego. La siguiente anécdota la contó alguna vez el periodista Santiago Segurola: "La obsesión de Sacchi le ocupaba todos los minutos del día. Un día se acercó a Van Basten mientras el jugador almorzaba. Quería precisar un detalle del juego, un problema menor que a Sacchi le parecía inaplazable. Van Basten no aguantó más. Se giró y miró a Sacchi. 'Mientras como, no', contestó". Esa personalidad la tuvo que acompañar de constancia para lidiar con esa maldita presencia frecuente en su carrera: las lesiones. En tiempos del Ajax, a findes de 1986, se tuvo que operar el tobillo derecho y se perdió el tramo final de la temporada. En su primera campaña con el Milan se lesionó la clavícula, se operó y apenas pudo disputar 19 encuentros entre las tres competiciones anuales. En diciembre de 1992, en su mejor momento, volvió a sufrir por su tobillo frágil. Volvió tras los pasos de un milagro que no fue, en la final de la Copa de Campeones, ante Olympique de Marsella. Luchó sin éxito durante dos años en nombre de la recuperación. Pero aquel encuentro de mayo de 1993 fue el último de su recorrido estupendo. Ese recorrido que dejó una huella: la del perfecto centrodelantero.
fuente: Clarín
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