El Botafogo es uno de los grandes del fútbol de Brasil. Ganó 19 Estaduales de Río de Janeiro, estableció récords y fue la cuna del inmenso Garrincha. Pero por algunos tropiezos y supersticiones jamás pudo sacarse de encima la sensación de equipo desafortunado.
La escena sucedió hace poco más de un lustro, en Río de Janeiro, a un puñado de cuadras del mítico bar Garota de Ipanema, allí donde nació hace medio siglo -de la inspiración de Vinicius de Moraes y de Tom Jobim- esa canción tan reconocible en el mundo y en la historia de la música. El vendedor del puesto callejero atendía sin guardar nunca su sonrisa despareja. A su lado, dos turistas estaban planeando una visita al estadio Maracaná para presenciar un duelo entre grandes del fútbol carioca: Fluminense-Botafogo; el Flu y el Fogão.
El hombre del carrito escuchó la palabra impronunciable: "Botafogo". Se puso serio y en un portugués rápido y averiado les dijo: "No. Eso no se dice. O pasarán malas cosas". Comprobaron lo que les parecía inverosímil: esa creencia de que uno de los gigantes del fútbol carioca trae mala suerte. Los que conocen la cuestión desde adentro sostienen que se trata de una suerte de broma desparramada por quienes no son del Botafogo y vivieron aquellos 21 años sin títulos del Fogão, entre 1968 y 1989. Y todos, botafoguenses incluidos, dan por válido el dicho popular que alguna vez apareció escrito por los rincones de la Cidade Maravilhosa: "Há coisas que só acontecem com o Botafogo" (Hay cosas que sólo pasan con Botafogo).
Mito, leyenda o brujerìa, la historia de supersticiones nació -según cuentan- al final de la década del 40. Y tuvo a un perro y a un presidente supersticioso como protagonistas centrales de la cuestión. En 1948, Biriba -sin raza, negro y blanco, pequeño y movedizo; y cuyo nombre traducido refiere a un juego de cartas de poker- llegó al club por casualidad y se transformó, en breve, en el perro más famoso de la historia del fútbol brasileño. En un partido complicado, el perro apareció en el campo de juego por azar y el Botafogo ganó, también por azar.
El titular del club, el inefable Carlito Rocha, quien había sido campeón como jugador (en 1912) y como entrenador (en 1935), lo adoptó como mascota. Le hicieron ropa a medida, lo sentaron en el banco de los suplentes, lo cuidaron como a un futbolista más. Y el equipo no paró de ganar en todo ese año. Fue un deleite de fútbol que condujo al título.
Parecía el fin de una maldición: Botafogo, que había sido tetracampeón en los años treinta, llevaba 12 años sin vueltas olímpicas y el 13 -justo el 13- fue la vencida. Los dos años anteriores se había escapado por poquito la consagración y los dos subcampeonatos fueron amargura pura. Hasta que apareció ese perro que participaba frecuentemente de los festejos con los jugadores.
Una vez, cuando tenían que ir a jugar al Sao Januario frente al Vasco da Gama, a Biriba no lo querían dejar entrar. Carlito, que solía atar las cortinas sede antes de los partidos a modo de cábala, se quejó y hasta -señalan algunos- amenazó con suspender el partido. El perro entró. Era sagrado, a esa altura. Más: en la antesala de la definición de ese Estadual, trascendió que alguien del Vasco planeaba envenenar al perro. Toda la semana previa, el jugador Macaé, quien cuidaba a Biriba, debía probar la comida canina para ver si estaba en buen estado. A la mascota se la vio por última vez en 1954. El Botafogo sumaba seis años sin vueltas olímpicas.
De sus días malos no lo rescató ninguna mascota. Fue un ángel, el máximo ídolo de la historia del club, el irrepetible Mané Garrincha. El crack que había nacido entre desamparos y postergaciones en Pau Grande debutó en el mismo año en el que Biriba desapareció. Desde entonces nació un idilio entre los hinchas y ese wing que era y es el perfecto retrato del Botafogo: la gloria y el trauma; un paraíso hecho infierno.
Fue capaz de sobreponerse a las recomendaciones médicas: este hijo de africanos e indígenas, tenía los pies girados hacia adentro, su pierna derecha era 6 centímetros más larga que la izquierda, su columna vertebral estaba torcida y sus problemas se agravaron por una severa poliomielitis. No debía jugar. Pero jugó.
Su vida parecía inspirada en cualquier tramo del memorable film brasileño Ciudad de Dios, de Fernando Meirelles. Una vida ardua, de favelas, de violencia, también de hambre. "Lucha y nunca sobrevivirás... Corre y nunca escaparás...", era el eslogan de la película. Y eso hizo Garrincha en su recorrido: luchó primero para ser futbolista, corrió después para sacar tres veces campeón al Botafogo y ser una estrella mundial con el Brasil bicampeón (1958 y 1962). Pero no pudo escapar. Pero no sobrevivió. Los excesos lo condenaron demasiado temprano: a los 49 años, lo mató una cirrosis. Estaba solo, más allá de los muchos hijos que había tenido por esa ciudad que lo adoraba. Lo velaron en el único lugar posible: el Maracaná. La gente lo lloró por varios días y por varias noches. Se había ido "Alegría do povo".
Botafogo -más allá de supersticiones- es el representante carioca de la bohemia, del fútbol más allá de los títulos, del equipo como mensaje. Vinicius de Moraes lo contó alguna vez: "En Río, la formación de la identidad pasa también por la elección del equipo de fùtbol. Un poeta, fiel a su infancia, elige a Botafogo". Es el mismo Vinicius que le ofreció un soneto a Garrincha, "O Anjo das pernas tortas" (El ángel de las piernas arquedas): "A un pase de Didí, Garrincha avanza / con el cuero a los pies, el ojo atento, / gambetea una vez, y dos, luego descansa / cual si midiera el riesgo del momento. // Tiene el presentimiento, y va y se lanza / más rápido que el propio pensamiento, / gambetea dos veces más, la bola danza / feliz entre sus pies, ¡un pie de viento! // En éxtasis, la multitud contrita, / en un acto de muerte se alza y grita / Su unísono canto de esperanza. // Garrincha, el ángel, escucha y asiente: ¡goooool! / Es pura imagen: una G que patea una O / dentro de la meta, la L. ¡Es pura danza!".
Los artistas suelen volcar su simpatía al equipo del barrio Botafogo. Augusto Frederico Schmidt era poeta y fue presidente a principio de los años 40, en tiempos de la fusión entre Botafogo Football Club (nacido en 1904) y el Clube de Regatas Botafogo (fundado en 1894 y de gran protagonismo en los deportes náuticos). Dijo alguna vez: "El Botafogo tiene vocación de error". Algunos otros escritores también trataron de encontrarle la exacta definición a este club capaz de lo mejor y de lo peor; dicen, según provea el más allá. Armando Nogueira señaló: "Botafogo es bastante más que un club; es una predestinación celestial". Paulo Mendes Campos expresó: "Botafogo es un niño de la calle perdido en el poético dramatismo del fútbol". Luiz Fernando Veríssimo indicó: "A veces hinchamos por Botafogo, a pesar de Botafogo". Para bien o para mal, Botafogo está en boca de todos. Incluso de aquellos que no lo quieren ni mencionar.
De todos modos: más allá de adversidades de asombro, el Botafogo fue y es un club exitoso en el país de los pentacampeones del mundo. Incluso, uno de sus apodos es O Glorioso, nacido en 1909, luego de la máxima goleada de la historia: 24-0 a Mangueira. Los datos desmienten la mala fama: A Estrela Solitaria -que cobijó a cracks inmensos como "Enciclopedia" Nilton Santos, Carlos Alberto, Didí, Leónidas da Silva, Jairzinho- es el club que más futbolistas aportó al seleccionado verdeamarelo; ganó 19 Estaduales (apenas tres menos que Vasco da Gama); tiene el récord de 52 partidos sin derrotas entre 1977 y 1978 y la FIFA lo ubicó en el puesto doce en su elección de El Mejor Club del Siglo XX.
Es cierto, sin embargo: padeció 21 años sin títulos, sólo ganó un Brasileirao (en 1995) y perdió varios de manera insólita; en el ámbito internacional apenas ganó la Copa Conmebol de 1993 y en 2002 descendió a la Serie B. Fluminense, vecino de Río, llegó a jugar en la C y perdió de manera increìble su única final de la Copa Libertadores, por penales, en un Maracaná repleto ante la Liga de Quito, hace cuatro años. Pero para nadie el "Flu" -dueño de grandísimos equipos y de ningún título internacional- carga con una maldición.
En 2008, la revista El Gráfico, de Chile, armó un listado con los 13 equipos más desafortunados del mundo. En la lista, Botafogo ocupaba el sexto lugar. Sucede que, decididamente, hay peores historias: el primer puesto fue, casi inevitablemente, para el Torino. No era para menos: en la temporada 1914/15, faltaba una fecha y si el Toro ganaba ante el líder era campeón. Pero empezó la Primera Guerra Mundial y al torneo se lo dio por finalizado como estaba. En los años 40, tiempos del mágico Valentino Mazzola, llegó a tener el mejor equipo del planeta y había ganado cinco títulos consecutivos (con la Segunda Guerra en el medio). Sólo la tragedia pudo con ellos: el avión que trasladaba al plantel de regreso a Turín se estrelló en Superga.
Dos décadas después, con la aparición del notable Gigi Meroni recuperó protagonismo. Por poco tiempo: Meroni murió atropellado. Tenía 24 años. Quien manejaba el auto era un fanático del Torino -Attilio Romero, de 18 años- que años más tarde se transformaría en presidente del club. En 1989 cayó a la Serie B por primera vez y hasta ahora ya suma once temporadas; perdió la final de la Copa de la UEFA por gol de visitante y hasta quebró y estuvo al borde de la desaparición en 2005. Lo explicó alguna vez el periodista italiano Sandro Ciotti: "Un club al que el destino acarició como una flor y perforó con una espada sarracena".
Pero el Toro de la Tragedia no es el único caso de mala fortuna, claro. Genoa, el cuarto equipo con más Scudettos (tiene nueve), no es campeón de Italia desde 1924. América de Cali, con su gran equipo de los años ochenta, perdió tres finales consecutivas de la Copa Libertadores. La última, ante Peñarol, en el último minuto del alargue del tercer partido desempate.
Bayer Leverkusen, que nunca fue campeón de la máxima categoría de Alemania, en 2002 desperdició una triple chance: fue subcampeón de la Champions League, de la Bundesliga y de la Copa de Alemania. En Argentina también pasa entre tradicionales equipos de Primera: Racing, un grande sin discusiones, sumó 15 campeonatos entre 1913 y 1966, pero desde entonces apenas obtuvo un torneo a nivel local (Apertura 2001), vivió de problema en problema y la síndico Liliana Ripoll llegó a decir que el club había desaparecido. Huracán fue el más campeón de los años 20 junto a Boca, pero desde entonces apenas ganó un campeonato, perdió dos en la última fecha yendo lìder y otro incluso habiendo sumado nueve puntos más que Boca (en 1976); también sufrió cuatro descensos. Y Gimnasia, que fue campeón en 1929, jamás pudo dar una vuelta olímpica en el Profesionalismo, donde cinco veces fue segundo.
Mientras todo eso sucedía, el Botafogo de las supersticiones solía celebrar. Aunque algunos vencidos no lo nombraran.
La escena sucedió hace poco más de un lustro, en Río de Janeiro, a un puñado de cuadras del mítico bar Garota de Ipanema, allí donde nació hace medio siglo -de la inspiración de Vinicius de Moraes y de Tom Jobim- esa canción tan reconocible en el mundo y en la historia de la música. El vendedor del puesto callejero atendía sin guardar nunca su sonrisa despareja. A su lado, dos turistas estaban planeando una visita al estadio Maracaná para presenciar un duelo entre grandes del fútbol carioca: Fluminense-Botafogo; el Flu y el Fogão.
El hombre del carrito escuchó la palabra impronunciable: "Botafogo". Se puso serio y en un portugués rápido y averiado les dijo: "No. Eso no se dice. O pasarán malas cosas". Comprobaron lo que les parecía inverosímil: esa creencia de que uno de los gigantes del fútbol carioca trae mala suerte. Los que conocen la cuestión desde adentro sostienen que se trata de una suerte de broma desparramada por quienes no son del Botafogo y vivieron aquellos 21 años sin títulos del Fogão, entre 1968 y 1989. Y todos, botafoguenses incluidos, dan por válido el dicho popular que alguna vez apareció escrito por los rincones de la Cidade Maravilhosa: "Há coisas que só acontecem com o Botafogo" (Hay cosas que sólo pasan con Botafogo).
Mito, leyenda o brujerìa, la historia de supersticiones nació -según cuentan- al final de la década del 40. Y tuvo a un perro y a un presidente supersticioso como protagonistas centrales de la cuestión. En 1948, Biriba -sin raza, negro y blanco, pequeño y movedizo; y cuyo nombre traducido refiere a un juego de cartas de poker- llegó al club por casualidad y se transformó, en breve, en el perro más famoso de la historia del fútbol brasileño. En un partido complicado, el perro apareció en el campo de juego por azar y el Botafogo ganó, también por azar.
El titular del club, el inefable Carlito Rocha, quien había sido campeón como jugador (en 1912) y como entrenador (en 1935), lo adoptó como mascota. Le hicieron ropa a medida, lo sentaron en el banco de los suplentes, lo cuidaron como a un futbolista más. Y el equipo no paró de ganar en todo ese año. Fue un deleite de fútbol que condujo al título.
Una vez, cuando tenían que ir a jugar al Sao Januario frente al Vasco da Gama, a Biriba no lo querían dejar entrar. Carlito, que solía atar las cortinas sede antes de los partidos a modo de cábala, se quejó y hasta -señalan algunos- amenazó con suspender el partido. El perro entró. Era sagrado, a esa altura. Más: en la antesala de la definición de ese Estadual, trascendió que alguien del Vasco planeaba envenenar al perro. Toda la semana previa, el jugador Macaé, quien cuidaba a Biriba, debía probar la comida canina para ver si estaba en buen estado. A la mascota se la vio por última vez en 1954. El Botafogo sumaba seis años sin vueltas olímpicas.
De sus días malos no lo rescató ninguna mascota. Fue un ángel, el máximo ídolo de la historia del club, el irrepetible Mané Garrincha. El crack que había nacido entre desamparos y postergaciones en Pau Grande debutó en el mismo año en el que Biriba desapareció. Desde entonces nació un idilio entre los hinchas y ese wing que era y es el perfecto retrato del Botafogo: la gloria y el trauma; un paraíso hecho infierno.
Fue capaz de sobreponerse a las recomendaciones médicas: este hijo de africanos e indígenas, tenía los pies girados hacia adentro, su pierna derecha era 6 centímetros más larga que la izquierda, su columna vertebral estaba torcida y sus problemas se agravaron por una severa poliomielitis. No debía jugar. Pero jugó.
Su vida parecía inspirada en cualquier tramo del memorable film brasileño Ciudad de Dios, de Fernando Meirelles. Una vida ardua, de favelas, de violencia, también de hambre. "Lucha y nunca sobrevivirás... Corre y nunca escaparás...", era el eslogan de la película. Y eso hizo Garrincha en su recorrido: luchó primero para ser futbolista, corrió después para sacar tres veces campeón al Botafogo y ser una estrella mundial con el Brasil bicampeón (1958 y 1962). Pero no pudo escapar. Pero no sobrevivió. Los excesos lo condenaron demasiado temprano: a los 49 años, lo mató una cirrosis. Estaba solo, más allá de los muchos hijos que había tenido por esa ciudad que lo adoraba. Lo velaron en el único lugar posible: el Maracaná. La gente lo lloró por varios días y por varias noches. Se había ido "Alegría do povo".
Botafogo -más allá de supersticiones- es el representante carioca de la bohemia, del fútbol más allá de los títulos, del equipo como mensaje. Vinicius de Moraes lo contó alguna vez: "En Río, la formación de la identidad pasa también por la elección del equipo de fùtbol. Un poeta, fiel a su infancia, elige a Botafogo". Es el mismo Vinicius que le ofreció un soneto a Garrincha, "O Anjo das pernas tortas" (El ángel de las piernas arquedas): "A un pase de Didí, Garrincha avanza / con el cuero a los pies, el ojo atento, / gambetea una vez, y dos, luego descansa / cual si midiera el riesgo del momento. // Tiene el presentimiento, y va y se lanza / más rápido que el propio pensamiento, / gambetea dos veces más, la bola danza / feliz entre sus pies, ¡un pie de viento! // En éxtasis, la multitud contrita, / en un acto de muerte se alza y grita / Su unísono canto de esperanza. // Garrincha, el ángel, escucha y asiente: ¡goooool! / Es pura imagen: una G que patea una O / dentro de la meta, la L. ¡Es pura danza!".
Los artistas suelen volcar su simpatía al equipo del barrio Botafogo. Augusto Frederico Schmidt era poeta y fue presidente a principio de los años 40, en tiempos de la fusión entre Botafogo Football Club (nacido en 1904) y el Clube de Regatas Botafogo (fundado en 1894 y de gran protagonismo en los deportes náuticos). Dijo alguna vez: "El Botafogo tiene vocación de error". Algunos otros escritores también trataron de encontrarle la exacta definición a este club capaz de lo mejor y de lo peor; dicen, según provea el más allá. Armando Nogueira señaló: "Botafogo es bastante más que un club; es una predestinación celestial". Paulo Mendes Campos expresó: "Botafogo es un niño de la calle perdido en el poético dramatismo del fútbol". Luiz Fernando Veríssimo indicó: "A veces hinchamos por Botafogo, a pesar de Botafogo". Para bien o para mal, Botafogo está en boca de todos. Incluso de aquellos que no lo quieren ni mencionar.
De todos modos: más allá de adversidades de asombro, el Botafogo fue y es un club exitoso en el país de los pentacampeones del mundo. Incluso, uno de sus apodos es O Glorioso, nacido en 1909, luego de la máxima goleada de la historia: 24-0 a Mangueira. Los datos desmienten la mala fama: A Estrela Solitaria -que cobijó a cracks inmensos como "Enciclopedia" Nilton Santos, Carlos Alberto, Didí, Leónidas da Silva, Jairzinho- es el club que más futbolistas aportó al seleccionado verdeamarelo; ganó 19 Estaduales (apenas tres menos que Vasco da Gama); tiene el récord de 52 partidos sin derrotas entre 1977 y 1978 y la FIFA lo ubicó en el puesto doce en su elección de El Mejor Club del Siglo XX.
Es cierto, sin embargo: padeció 21 años sin títulos, sólo ganó un Brasileirao (en 1995) y perdió varios de manera insólita; en el ámbito internacional apenas ganó la Copa Conmebol de 1993 y en 2002 descendió a la Serie B. Fluminense, vecino de Río, llegó a jugar en la C y perdió de manera increìble su única final de la Copa Libertadores, por penales, en un Maracaná repleto ante la Liga de Quito, hace cuatro años. Pero para nadie el "Flu" -dueño de grandísimos equipos y de ningún título internacional- carga con una maldición.
En 2008, la revista El Gráfico, de Chile, armó un listado con los 13 equipos más desafortunados del mundo. En la lista, Botafogo ocupaba el sexto lugar. Sucede que, decididamente, hay peores historias: el primer puesto fue, casi inevitablemente, para el Torino. No era para menos: en la temporada 1914/15, faltaba una fecha y si el Toro ganaba ante el líder era campeón. Pero empezó la Primera Guerra Mundial y al torneo se lo dio por finalizado como estaba. En los años 40, tiempos del mágico Valentino Mazzola, llegó a tener el mejor equipo del planeta y había ganado cinco títulos consecutivos (con la Segunda Guerra en el medio). Sólo la tragedia pudo con ellos: el avión que trasladaba al plantel de regreso a Turín se estrelló en Superga.
Dos décadas después, con la aparición del notable Gigi Meroni recuperó protagonismo. Por poco tiempo: Meroni murió atropellado. Tenía 24 años. Quien manejaba el auto era un fanático del Torino -Attilio Romero, de 18 años- que años más tarde se transformaría en presidente del club. En 1989 cayó a la Serie B por primera vez y hasta ahora ya suma once temporadas; perdió la final de la Copa de la UEFA por gol de visitante y hasta quebró y estuvo al borde de la desaparición en 2005. Lo explicó alguna vez el periodista italiano Sandro Ciotti: "Un club al que el destino acarició como una flor y perforó con una espada sarracena".
Pero el Toro de la Tragedia no es el único caso de mala fortuna, claro. Genoa, el cuarto equipo con más Scudettos (tiene nueve), no es campeón de Italia desde 1924. América de Cali, con su gran equipo de los años ochenta, perdió tres finales consecutivas de la Copa Libertadores. La última, ante Peñarol, en el último minuto del alargue del tercer partido desempate.
Bayer Leverkusen, que nunca fue campeón de la máxima categoría de Alemania, en 2002 desperdició una triple chance: fue subcampeón de la Champions League, de la Bundesliga y de la Copa de Alemania. En Argentina también pasa entre tradicionales equipos de Primera: Racing, un grande sin discusiones, sumó 15 campeonatos entre 1913 y 1966, pero desde entonces apenas obtuvo un torneo a nivel local (Apertura 2001), vivió de problema en problema y la síndico Liliana Ripoll llegó a decir que el club había desaparecido. Huracán fue el más campeón de los años 20 junto a Boca, pero desde entonces apenas ganó un campeonato, perdió dos en la última fecha yendo lìder y otro incluso habiendo sumado nueve puntos más que Boca (en 1976); también sufrió cuatro descensos. Y Gimnasia, que fue campeón en 1929, jamás pudo dar una vuelta olímpica en el Profesionalismo, donde cinco veces fue segundo.
Mientras todo eso sucedía, el Botafogo de las supersticiones solía celebrar. Aunque algunos vencidos no lo nombraran.
fuente: Clarin
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