¿Qué es dar la categoría en una semifinal de una Copa del Mundo? Una respuesta puede ser la que dio David Pocock, el formidable tercera línea de los Wallabies, a través de la cuenta oficial de Twitter del seleccionado australiano: "Credit to Argentina, that was a very very tough game" (Crédito a la Argentina, ha sido un partido muy muy duro).
Los Pumas fueron superados ayer en el juego y en el resultado por un rival que por momentos jugó en un nivel superlativo, pero volvieron a dar un paso adelante en su formación como equipo. Es difícil de explicar a veces, sobre todo en el deporte de alto rendimiento, cómo se puede ganar aun en la derrota. Sin embargo, ésa fue la sensación que dejaron los argentinos. Desparramaron emoción, entrega infinita y locura sobre el sagrado césped de Twickenham, la Catedral del rugby.
Esta estación en la Copa del Mundo dejó falencias técnicas en el juego global del seleccionado. Los Wallabies, que el sábado jugarán la final ante los All Blacks, fueron superiores y tuvieron el partido servido desde del primer minuto, cuando el segunda línea Rob Simmons interceptó un pase de Nicolás Sánchez y se fue hasta debajo de los palos. Sin embargo, y a pesar de tener siempre el trámite cuesta arriba, los Pumas consiguieron acorralar a su rival a fuerza de coraje, corazón y convicción por ir hacia adelante.
Si se revisa la radiografía de los Pumas en los seis partidos se verá que pasaron por todas las opciones de crecimiento. Tras aquel magnífico choque con los All Blacks en el debut vinieron las goleadas a Georgia, Tonga y Namibia, la perfección de comienzo y fin con Irlanda y ésta de ayer, en la que hubo abundancia de carácter, sobre todo, y eso es lo más importante, en los más jóvenes. ¿Que en esta semifinal se esperaba más? Sí, es verdad. Pero también aparecieron otros contratiempos: las rápidas salidas por lesiones de Agustín Creevy y Juan Imhoff, el try de intercepción y la amarilla a Tomás Lavanini, en otro de los serios errores que cometió el árbitro inglés Wayne Barnes, quien en varias situaciones benefició a los australianos con sus fallos.
Los Pumas se repusieron a esas circunstancias que forman parte del juego y pelearon con las mejores armas al no poder imponer el plan. Durante largos minutos del segundo tiempo estuvieron a un try convertido del empate y varias veces quebraron la primera barrera de la defensa australiana, pero no pudieron marcar puntos.
Australia fue una pesadilla en la zona del breakdown, sobre todo en el primer tiempo, con una tarea soberbia de su tercera línea. A la habilidad de Pocock y Michael Hooper para pescar y estar siempre encima de la pelota se le sumó un test fenomenal de Scott Fardy, una muralla en defensa. Y el daño final lo hizo con sus wines: Adam Ashley-Cooper anotó 3 tries y Drew Mitchell armó una apilada a lo Campese en el último try, el que definió todo, cuando faltaban 7 minutos y los Pumas estaban a 7 (22-15). Los Wallabies son un equipazo por donde se lo mire. Michael Cheika ha construido una obra casi perfecta.
Además del coraje y de la entrega conmovedora, los Pumas sometieron a los Wallabies en el scrum sin piedad y durante todo el partido. Era lo que necesitaba el pack argentino, porque esa formación no había sido hasta aquí todo lo sólida que se pretendía. No hubo ni el mínimo temblor por el factor Mario Ledesma. Daniel Hourcade se quejó en la conferencia de prensa porque a la Argentina no se la deja, por las infracciones o por los distintos criterios de los árbitros, transformar al scrum en una plataforma de ataque. Es verdad: a los Pumas les han negado el fijo en este torneo.
Queda una estación aún en este Mundial. Los Pumas jugarán el viernes, desde las 17 de la Argentina, por el tercer puesto. Por el bronce. Será en el estadio olímpico de esta ciudad ante los Springboks, cuyo entrenador, Heyneke Meyer, dijo el sábado tras perder con los All Blacks que ese partido era "como darle un beso a tu hermana". Para la Argentina es mucho más que eso. Es dar un paso más y cerrar el torneo con el otro sueño. Se terminó el de jugar la final; queda éste que viene y, con seguridad, muchos más en el futuro.
Habrá que poner hoy mismo la cabeza en ese partido. Es duro recuperarse de la frustración, pero hay gloria aún por delante. Además, para los Pumas el del viernes será un partido con altísimo nivel emotivo. Habrá que ver cómo reacomoda las piezas Hourcade con los lesionados (están descartados Creevy, Imhoff y Juan Hernández), pero el test por el tercer puesto será el último con la celeste y blanca para varios jugadores y, para otros, el último de una Copa del Mundo.
Después del viernes ya no volverán a vestir esa camiseta jugadores emblemáticos en estos últimos años como Juan Fernández Lobbe, Marcos Ayerza, Horacio Agulla y Marcelo Bosch. Por ellos también el equipo se debe una actuación que signifique subirse al podio como en 2007.
Si en los cuartos de final emocionó y contagió el juego desplegado, de salida rápida de los rucks y de tries para todos los gustos, en la semifinal emocionó y contagió la entrega y el amor propio. Por un momento, Twickenham, ese estadio que a veces parece de hielo, se transformó en una caldera con 20 mil argentinos gritando por un equipo que los llevaba también a dejar el corazón. Fue uno de los grandes momentos de la Copa del Mundo. Ése es el gran legado de estos Pumas.
Los Pumas sólo perdieron hasta aquí con los dos que el sábado jugarán la final en el que también será el tercer partido del año por la Bledisloe Cup que no se pudo jugar este año por el Mundial. Los Wallabies, beneficiados por los árbitros y sin salir de Londres desde la segunda semana por un programa que estaba armado para Inglaterra, han hecho hasta acá un torneo increíble, ganándoles a todos. Los All Blacks, ya se sabe: si están al 100 por ciento, son invencibles. Esto terminó siendo un baile del Hemisferio Sur en donde se inventó el rugby. La Argentina se sentó a esa mesa. Debe festejarlo, aunque estas sean horas duras, tristes y de derrota
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