Fue una de las grandes tragedias de la historia del deporte. Sucedió en 1985, en la final de la Copa de Campeones. Ya nada volvería a ser igual.
Ahora, en tiempo de Champions League de caritas felices televisadas por los rincones del mundo, aquello parece un absurdo del pasado remoto. O una mentira de días alocados. Este 29 de mayo se cumplen 33 años del día más dramático de la máxima competición de clubes de Europa, la misma que el último fin de semana cobijó el duelo entre Liverpool y Real Madrid. Pero sucedió. En un estadio vetusto, el de Heysel, en Bruselas, la tragedia aconteció: 39 muertos por falta de organización, por violencia, por odios.
Sí, pasó en el contexto del partido más importante del año. Jugaban la Juventus -esa que entonces conducía desde el campo de juego Michel Platini, también ex presidente de la UEFA- y el Liverpool la final de la Copa de Campeones. A pesar de los muertos a la vista de todos, más allá del drama inadmisible, el partido se jugó.
Fue 1-0 para los de Turín, quienes entonces obtuvieron su primer trofeo en la competición. Lo contó el periodista Santiago Segurola cuando se cumplieron veinte años, en el diario El País: "Aquella final nunca se recordará por lo que sucedió en el campo, y hasta añade más sombras a la tragedia que el partido se disputase frente a los cadáveres depositados junto al terreno de juego -venció la Juve gracias a un inexistente penalti sobre Boniek, pero nadie habla de aquella victoria en Turín-, sino por la carnicería que se vivió antes del encuentro, en una vigilia que los jugadores recuerdan con horror porque las noticias les llegaban sin ningún filtro al vestuario. Sabían que había muertos, los vieron cuando entraron en el campo, los tuvieron al lado durante todo el encuentro y, así y todo, jugaron". El penal convertido por Platini generó el grito más incómodo y más vergonzante de la historia del fútbol. Se festejaba en un velorio, en plena tragedia.
En 2015, tres décadas después de la tragedia, la BBC entrevistó a Simone Stenti, uno de los hinchas de la Juventus que sobrevivió a aquel momento dramático. Su testimonio todavía conmueve: "Decidimos ir hacia la parte baja para escapar por una de las paredes. Pensé que iba a morir allí: la gente me apretaba el cuello y por unos segundos no fui capaz de respirar. Y cuando no puedes respirar adecuadamente, no puedes pensar adecuadamente. Estábamos rodeados de niños, ancianos, mujeres. De repente logramos ver la entrada a uno de los baños. De alguna manera logré empujar a mi padre hasta ese lugar y después él pudo sacarme a mí. Sabíamos que algo enorme había pasado, pero nunca nos imaginamos la magnitud".
Aquel episodio fue un final y un principio. El fútbol inglés, dueño de tantas tradiciones, de mágicas historias, parecía preso de sí mismo más allá del éxito que sus clubes exhibían. Los hooligans lo dañaban en territorio propio y en el exterior con sus peleas de bar de ebrios y en sus calles cercanas a los estadios. Como retratan algunos documentales y hasta como lo cuenta Nick Hornby en su libro Fiebre en las gradas (Fever Pitch, en su idioma original). Terminó resultando un hito. Desde Heysel, todo cambió.
La UEFA sancionó duramente a los clubes ingleses: se quedaron afuera de las competiciones de Europa durante cinco años. Los mejores, los más ganadores, corridos a un costado. Era la consecuencia final y definitiva. Hubo un detalle añadido en términos de sanciones: al Liverpool le dieron una década de restricción en el ámbito continental; luego le recortaron la sanción a seis años.
Era el epílogo del dominio de Los Fundadores. Entre 1976 y 1984 los clubes ingleses habían ganado siete de los ocho trofeos de la competición más relevante. Cuatro de los rojos de la ciudad de The Beatles; dos para el inverosímil Notthingham Forest de Brian Clough y uno para el Aston Villa en su primera resurrección.
Lo sucedido en Heysel resignificó el fútbol inglés. Algunos cracks se fueron tras aquel contexto de un escenario importador. Los que se destacaban en Inglaterra -sobre todo en el seleccionado- comenzaron a partir al continente, a la tierra de la UEFA, la que lo había sancionado. Se fueron las estrellas y el fútbol local perdió brillo, mientras aprendía a sacarse de encima a los violentos -los tan temidos hooligans- y a reconstruir su propio espacio. Comenzaba el principio del fin para la desmesura.
Además, también fue un hito en el contexto de la FIFA. La seguridad nació entonces como prioridad. Surgieron obligatoriedades que no siempre se cumplieron: se eliminaron de todos los estadios las zonas sin asientos; se establecieron criterios para evaluar el nivel de seguridad y comfort de los estadios; se determinaron medidas para que los hinchas de los distintos equipos estuvieran separados por cordones de seguridad; surgieron con intensidad los cacheos; se inhibió la exhibición en los estadios de símbolos agraviantes para el oponente; se instalaron cámaras de vigilancia en el interior de los estadios.
En Europa, a paso breve pero firme, aprendieron la lección. En el ámbito sudamericano todavía se sigue esperando que las tragedias y los papelones enseñen. O algo así.
Cuatro años después, cuando ya no había lugar para más dolores, otra tragedia aconteció: el sábado 15 de abril de 1989, en el estadio de Hillsborough, en Sheffield, 96 personas murieron aplastadas contra las vallas del estadio a causa de una avalancha. Jugaba otra vez el Liverpool; esta ocasión ante el Forest, por la FA Cup. Desde entonces, ya nada fue igual. El Museo del Fútbol, en Manchester, ofrece una mirada definitiva sobre el episodio: lo cuenta como un antes y un después en el fútbol inglés. Ya nada sería igual allí. El prolijo mundo de la Premier League -con sus muchas virtudes y sus varios defectos- estaba en marcha...
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