Jorge García se destacaba en Danubio, jugó en el seleccionado uruguayo, lo quiso el Chelsea. Pero su vida se transformó en tragedia: el año pasado asesinaron a su madre por la espalda. Y este mes, estranguló a su padre. Está internado en un hospital psiquiátrico.
El Borro es un territorio bravo, complejo, de carencias. "Muy duro", como lo define el periodista Marcelo Scaglia ante la consulta. Se percibe a cada paso. Y lastima. Una casa sin puerta, una cortina hecha de harapos que cumple su función, un pibe ahí cerquita con una pelota que pide clemencia, un perro flaco que ladra a la luna y al vecino y a cualquiera que por allí pasa, una señora cuyo documento dice que es muy joven carga un bebé con un brazo y lleva de la mano a otro chico y más adelante corren otros dos pequeños.
Son todos hijos de ella.
Y del Borro. Hay pasillos angostos y espacios breves en donde muchos conviven. La sensación es de desamparo. El barrio -un cantegril o cante para los habitantes de la capital uruguaya, una villa para el argentino visitante- tiene sus límites: la calle José Martirené, el Arroyo Miguelete, otra calle que se llama Leandro Gómez y la Cañada Iyuí, al norte. También tiene su estadio de fútbol: el Parque Maracaná, donde Cerrito juega como local.
Por ese territorio de Montevideo pasan varias líneas de colectivos -el 158, el 328, el 396- pero ninguna conduce a ningún paraíso. Es mucho más que una creencia popular: para salir de ahí hay que jugar bien al fútbol y que Europa contrate esos pies prodigiosos. Allí, con zapatillas rotas y dificultades a cada paso, se crió Jorge García.
Nombre y apellido frecuente, aspecto de futbolista, crack en crecimiento. Decían y dicen los especialistas de la pelota que García tenía todo para ser una estrella en el firmamento de La Celeste. A los 17 años, en 2004, ya jugaba para los seleccionados juveniles y para Danubio. Zurdo, lateral izquierdo, potente, técnico, pegada precisa, intenso. Por aquellos días de hace una década, el Chelsea -ya con Roman Abramovich en el poder y en las decisiones- se fijó en él, lo llevó a Londres, lo probó. Cuentan en Montevideo que una diferencia de billetes entre intermediarios y clubes dejó aquella posibilidad en el limbo. García se quejó poco y se angustió mucho. Ya de adolescente comenzaba a conocer las miserias que el fútbol ofrecía detrás de la escena del campo de juego.
Su vida reciente parece el guión de una pesadilla. El año pasado mataron a su mamá en un episodio confuso. El dijo que fue una bala perdida. Otros señalan que era un mensaje para él y que se trataba de un ajuste de cuentas. La señora salía de un almacén en el barrio Borro, en la zona de Los Palomares. Ya había pasado la medianoche. Alguien, sin preguntar, le disparó. La bala entró por la espalda. La madre falleció en el hospital. García no ofreció muchas palabras sobre aquello. Su dolor lo contó callando.
En la primera semana de este marzo otro episodio confuso también derivó en tragedia. Jorge llegó a la casa, discutió con su padre, se enojó, le pegó con un cenicero de madera. Luego, lo estranguló. El padre murió. En la casa no había desorden. Apenas yerba derramada por el piso y todos los elementos que allí se usaban para practicar ritos umbanda. Un terreiro, lo llaman.
El futbolista, ahora, hoy, está internado en la sala once del Hospital Psiquiátrico Vilardebó. La jueza penal Graciela Eustachio lo procesó en condición de "autor inimputable del delito de homicidio especialmente agravado". García, según la pericia psicológica y psiquiátrica, padece un delirio agudo. Durante su declaración ante la Justicia relataba el crimen de su padre en detalle, pero en tercera persona. Como si él fuera un otro o incluso un hermano. "Pero, ¿dónde estaba tu hermano en ese momento?", le preguntaron. Y él se agarró el corazón primero y la cabeza luego. Y decía: "Acá... Y acá". Ahora, García no puede recibir visitas. Está medicado. De acuerdo con lo que le contó a Clarín Aníbal Martínez Chaer, su abogado, se peleó con algunos otros internados y tuvo que ser aislado. Está solo.
Desde hace varias semanas, García venía contando a sus más cercanos que lo estaban persiguiendo, que lo querían matar. Incluso llegó a encerrarse en el baño de su casa. Tenía miedo. Sin embargo, de repente, un entusiasmo lo abordaba. En los horarios más insólitos salía a correr. Y en esas madrugadas se imaginaba lo imposible. Quería mantenerse en estado. Decía que el Maestro Tabarez, quien alguna vez lo convocó a la Selección uruguaya, lo iba a necesitar para el Mundial de Brasil. García ya había quedado libre de Cerro, el año anterior.
Siempre pareció vivir preso de sí mismo, de sus fantasmas. Y corría, pero no lograba huir. Tampoco se quería ir del Borro. En un momento, Danubio le alquiló un departamento en Pocitos, allí donde Montevideo es una sucesión de encantos. Duró poco. En breve, García eligió volver a su barrio de origen. Las drogas y el alcohol también complicaron su panorama. Los excesos lo hicieron chocar una y otra vez contra las mismas dificultades. En mayo de 2006 fue procesado por atentado a la autoridad. Al año siguiente, en setiembre, tuvo un altercado con otra persona en una discoteca, a la que lastimó al pegarle con un vaso. Tres meses más tarde, manejaba a contramano en pleno amanecer montevideano; estaba alcoholizado. Ya en 2010, en un control policial, le hicieron el test de alcoholemia. Dio positivo. En el mismo acto, le incautaron unos gramos de cocaína. Estuvo preso unas horas.
Buscó escapar de los dolores. Lo ayudaron. Se intentó de varios modos. Fue con su mujer y su padre a un hospital público a pedir ayuda. Lo dejaron esperando.
En la Mutual del Futbolista cobijaron sus problemas, lo escucharon. Fabián Pumar -aquel defensor que pasó por Argentinos y por Racing, titular de ese espacio de pertenencia- lo abrazó como ningún otro. Hubo momentos en los que García conseguía enterrar sus traumas. Lo escribió Carlos Cipriani López en el diario El País, de Montevideo: "Aun cuando Jorge García se había visto envuelto en más de un caso de corte policial, por 2009 dio muestras de recuperación que incluyeron, por ejemplo, la escuelita de fútbol que creó de la nada para los niños del Borro. Además de enseñarles fundamentos técnicos, brindaba alimentación a centenares de jóvenes. Varios de sus compañeros de Danubio, equipo en el cual jugaba en esa época, y también dirigentes e integrantes del cuerpo técnico, se acercaron en un gesto de respaldo a su plan, entregando 200 camisetas y 100 pelotas".
No alcanzó.
El periodista Eduardo Preve entiende que García podría estar hoy jugando en Chelsea, bajo las luces de la Champions League, con sueños de Mundial, sonriendo victorias en las tapas de los diarios y de las revistas. Pero no. Sus propios demonios lo terminaron devorando y lo empujaron a edificar su mundo de tragedias.
El Borro es un territorio bravo, complejo, de carencias. "Muy duro", como lo define el periodista Marcelo Scaglia ante la consulta. Se percibe a cada paso. Y lastima. Una casa sin puerta, una cortina hecha de harapos que cumple su función, un pibe ahí cerquita con una pelota que pide clemencia, un perro flaco que ladra a la luna y al vecino y a cualquiera que por allí pasa, una señora cuyo documento dice que es muy joven carga un bebé con un brazo y lleva de la mano a otro chico y más adelante corren otros dos pequeños.
Son todos hijos de ella.
Y del Borro. Hay pasillos angostos y espacios breves en donde muchos conviven. La sensación es de desamparo. El barrio -un cantegril o cante para los habitantes de la capital uruguaya, una villa para el argentino visitante- tiene sus límites: la calle José Martirené, el Arroyo Miguelete, otra calle que se llama Leandro Gómez y la Cañada Iyuí, al norte. También tiene su estadio de fútbol: el Parque Maracaná, donde Cerrito juega como local.
Por ese territorio de Montevideo pasan varias líneas de colectivos -el 158, el 328, el 396- pero ninguna conduce a ningún paraíso. Es mucho más que una creencia popular: para salir de ahí hay que jugar bien al fútbol y que Europa contrate esos pies prodigiosos. Allí, con zapatillas rotas y dificultades a cada paso, se crió Jorge García.
Nombre y apellido frecuente, aspecto de futbolista, crack en crecimiento. Decían y dicen los especialistas de la pelota que García tenía todo para ser una estrella en el firmamento de La Celeste. A los 17 años, en 2004, ya jugaba para los seleccionados juveniles y para Danubio. Zurdo, lateral izquierdo, potente, técnico, pegada precisa, intenso. Por aquellos días de hace una década, el Chelsea -ya con Roman Abramovich en el poder y en las decisiones- se fijó en él, lo llevó a Londres, lo probó. Cuentan en Montevideo que una diferencia de billetes entre intermediarios y clubes dejó aquella posibilidad en el limbo. García se quejó poco y se angustió mucho. Ya de adolescente comenzaba a conocer las miserias que el fútbol ofrecía detrás de la escena del campo de juego.
Su vida reciente parece el guión de una pesadilla. El año pasado mataron a su mamá en un episodio confuso. El dijo que fue una bala perdida. Otros señalan que era un mensaje para él y que se trataba de un ajuste de cuentas. La señora salía de un almacén en el barrio Borro, en la zona de Los Palomares. Ya había pasado la medianoche. Alguien, sin preguntar, le disparó. La bala entró por la espalda. La madre falleció en el hospital. García no ofreció muchas palabras sobre aquello. Su dolor lo contó callando.
En la primera semana de este marzo otro episodio confuso también derivó en tragedia. Jorge llegó a la casa, discutió con su padre, se enojó, le pegó con un cenicero de madera. Luego, lo estranguló. El padre murió. En la casa no había desorden. Apenas yerba derramada por el piso y todos los elementos que allí se usaban para practicar ritos umbanda. Un terreiro, lo llaman.
El futbolista, ahora, hoy, está internado en la sala once del Hospital Psiquiátrico Vilardebó. La jueza penal Graciela Eustachio lo procesó en condición de "autor inimputable del delito de homicidio especialmente agravado". García, según la pericia psicológica y psiquiátrica, padece un delirio agudo. Durante su declaración ante la Justicia relataba el crimen de su padre en detalle, pero en tercera persona. Como si él fuera un otro o incluso un hermano. "Pero, ¿dónde estaba tu hermano en ese momento?", le preguntaron. Y él se agarró el corazón primero y la cabeza luego. Y decía: "Acá... Y acá". Ahora, García no puede recibir visitas. Está medicado. De acuerdo con lo que le contó a Clarín Aníbal Martínez Chaer, su abogado, se peleó con algunos otros internados y tuvo que ser aislado. Está solo.
Desde hace varias semanas, García venía contando a sus más cercanos que lo estaban persiguiendo, que lo querían matar. Incluso llegó a encerrarse en el baño de su casa. Tenía miedo. Sin embargo, de repente, un entusiasmo lo abordaba. En los horarios más insólitos salía a correr. Y en esas madrugadas se imaginaba lo imposible. Quería mantenerse en estado. Decía que el Maestro Tabarez, quien alguna vez lo convocó a la Selección uruguaya, lo iba a necesitar para el Mundial de Brasil. García ya había quedado libre de Cerro, el año anterior.
Siempre pareció vivir preso de sí mismo, de sus fantasmas. Y corría, pero no lograba huir. Tampoco se quería ir del Borro. En un momento, Danubio le alquiló un departamento en Pocitos, allí donde Montevideo es una sucesión de encantos. Duró poco. En breve, García eligió volver a su barrio de origen. Las drogas y el alcohol también complicaron su panorama. Los excesos lo hicieron chocar una y otra vez contra las mismas dificultades. En mayo de 2006 fue procesado por atentado a la autoridad. Al año siguiente, en setiembre, tuvo un altercado con otra persona en una discoteca, a la que lastimó al pegarle con un vaso. Tres meses más tarde, manejaba a contramano en pleno amanecer montevideano; estaba alcoholizado. Ya en 2010, en un control policial, le hicieron el test de alcoholemia. Dio positivo. En el mismo acto, le incautaron unos gramos de cocaína. Estuvo preso unas horas.
Buscó escapar de los dolores. Lo ayudaron. Se intentó de varios modos. Fue con su mujer y su padre a un hospital público a pedir ayuda. Lo dejaron esperando.
En la Mutual del Futbolista cobijaron sus problemas, lo escucharon. Fabián Pumar -aquel defensor que pasó por Argentinos y por Racing, titular de ese espacio de pertenencia- lo abrazó como ningún otro. Hubo momentos en los que García conseguía enterrar sus traumas. Lo escribió Carlos Cipriani López en el diario El País, de Montevideo: "Aun cuando Jorge García se había visto envuelto en más de un caso de corte policial, por 2009 dio muestras de recuperación que incluyeron, por ejemplo, la escuelita de fútbol que creó de la nada para los niños del Borro. Además de enseñarles fundamentos técnicos, brindaba alimentación a centenares de jóvenes. Varios de sus compañeros de Danubio, equipo en el cual jugaba en esa época, y también dirigentes e integrantes del cuerpo técnico, se acercaron en un gesto de respaldo a su plan, entregando 200 camisetas y 100 pelotas".
No alcanzó.
El periodista Eduardo Preve entiende que García podría estar hoy jugando en Chelsea, bajo las luces de la Champions League, con sueños de Mundial, sonriendo victorias en las tapas de los diarios y de las revistas. Pero no. Sus propios demonios lo terminaron devorando y lo empujaron a edificar su mundo de tragedias.
fuente: Clarin
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