En los cuartos de final de la Champions en 2004, La Coruña dio vuelta el 4-1 que había conseguido en la ida el Milan y aplastó al defensor del título en Riazor. Fue la mayor remontada en la historia de la competencia. Mirá los goles de aquella victoria memorable.
A Javier Iruretagoyena Amiano todos lo conocen como Javier Irureta y los más íntimos lo llaman Jabo. Nació en Irún, País Vasco, pero en Galicia lo quieren como si fuera un vecino de San Vicente de Elviña o de San Pedro de Visma, pequeños y encantadores territorios de La Coruña. El fue y es el entrenador más exitoso de la historia del Deportivo.
Estuvo allí siete años (desde 1998 hasta 2005) y ganó una Liga (la única en 107 años de historia del club), una Copa del Rey y dos Supercopas de España.
Consiguió lo que parecía imposible: borrar la añoranza por aquel SuperDepor de Arsenio Iglesias, que había sido gran protagonista en el primer lustro de los 90. Con Irureta todo parecía posible: durante cinco temporadas consecutivas incluyó a La Coruña en el podio de la Primera División. No sólo eso: también construyó milagros en Europa. Y uno de ellos resultó la más increíble remontada de la historia de la Champions League.
Aquella conferencia de prensa previa al partido de vuelta de los cuartos de final de la Champions ante el Milan, en abril de 2004, era presentada -de algún modo- como la antesala de un velorio. Ahí estaba Irureta. Manso, sin apuro, profundo creyente. Decía entonces: "Sabemos que será muy complicado, todo un desafío. Pero en el fútbol los milagros ocurren, cosas que nunca crees que puedan suceder". En el partido de ida, en el Giuseppe Meazza, el Milan había sido una celebración del buen fútbol y había goleado 4-1.
El Depor debía dar vuelta una historia a la que todos le habían escrito un final. Irureta fue también el que hizo una promesa: se comprometió a recorrer el Camino de Santiago si su equipo pasaba de ronda. Les habló a sus jugadores de sus propias capacidades.
Los invitó a creer en lo que casi nadie creía. Don Javier -vasco tacticista- esa vez priorizó lo anímico en su charla previa. No quiso agrandar al fantasma rossonero, conducido desde adentro del campo de juego por un impecable Andrea Pirlo. El Milan, que esa temporada obtuvo el Scudetto con dos fechas de anticipación, era el obvio candidato. "Si creemos que podemos, estaremos mucho más cerca de lo que pensamos", dijo Jabo ante los oídos de sus futbolistas, entre los que estaba el argentino Aldo Pedro Duscher.
Los jugadores entendieron el mensaje: tras 45 minutos de vértigos y encantos, el Deportivo ganaba 3-0, un resultado satisfactorio considerando el gol de visitante. El uruguayo Walter Pandiani hizo el primero, a los cinco minutos. Juan Carlos Valerón y Albert Luque, dos de las figuras, ampliaron la ventaja para que el entretiempo fuera una fiesta bajo el cielo de Galicia. Lo increíble se había hecho realidad en un rato breve. Fran González -un histórico que ingresó en el segundo tiempo- convirtió el cuarto. Irureta tenía razón.
Milan era una constelación de estrellas estrelladas por un partido. Ese día jugaron Dida; Cafú, Nesta, Maldini, Pancaro; Gattuso, Pirlo, Seedorf; Kaká; Shevchenko y Tomasson como titulares. Luego ingresaron sin éxito Rui Costa, Serginho e Inzaghi. Nombres de elite, antecedentes de campeón, gloria pasada y por venir. Pero hay momentos en los que el fútbol reivindica sus propios costados mágicos y construye episodios que rozan lo inverosímil. Fue este caso: el campeón (Milan había vencido por penales a Juventus en Old Trafford en la última final) arrodillado ante un rival que por primera vez en su vida de altibajos llegaba a las semifinales de la Copa de Campeones.
El diario El Mundo, desde Madrid, contaba el asombro que a toda España le generó esa actuación épica: "Riazor no lo olvidará. El Depor firmó en su casa la mayor fiesta de su historia europea al aplastar al todopoderoso Milan de Berlusconi. El faraónico 4-0 recetado deja en vagas cenizas, en mera anécdota, los 10 minutos malditos de San Siro (4-1). Porque el Depor iluminado del primer acto fue una especie de trituradora, con Valerón de jefe, con los galones y sabiduría propios de quien es un artista único a la hora de inventar fútbol. La apoteosis, la noche más irreal se hizo verbo tras el ejercicio de control del segundo acto". Un rato después del 4-0, otra vez en conferencia, el padre de la victoria recordaba: "Habrá que agradecerle a Santiago. Habrá que caminar". Cuestión de fe.
El 7 de abril sin olvido abrió las puertas de las semifinales. Enfrente estaba una de las revelaciones de Europa por esos días, el Porto de un tal José Mourinho. El equipo portugués no parecía el más duro de los oponentes. Sobre todo considerando que para llegar a esa intancia Irureta y los suyos habían dejado en el camino, entre otros, al PSV Eindhoven, a la Juventus y al defensor del título. En el partido de ida, en el estadio Do Dragão, hubo un empate sin goles que se leyó como el principio de un triunfo y como la mitad de un pasaporte a la final de Gelsenkirchen. En la revancha, en ese Riazor en el que la magia había habitado, un gol de penal de Derlei le dio la victoria y la clasificación al Porto, que tres semanas después se consagraría al vencer 3-0 al Monaco.
La pantalla gigante -por azar o no tanto- le brindó a La Coruña la alegría ausente. One day in Europe (Un día en Europa) se llama la película en la que el milagro continuó. En ese film de 2005 se reproduce una imaginaria final de la máxima competición del Viejo Continente. Y allí, el Deportivo juega el encuentro decisivo frente al Galatasaray. Como si el cine le hubiera dado revancha y merecido lugar en el partido que Galicia había imaginado como propio. Se exhibe aquel encuentro desde cuatro perspectivas diferentes y pertenecientes a cuatro ciudades. Y allí, en ese recorrido que retrata centros y periferias, se observa El Camino de Santiago, ese que alguna vez -casi en simultáneo- caminó Irureta para agradecer el día en el que La Coruña fue el Deportivo Milagro.
A Javier Iruretagoyena Amiano todos lo conocen como Javier Irureta y los más íntimos lo llaman Jabo. Nació en Irún, País Vasco, pero en Galicia lo quieren como si fuera un vecino de San Vicente de Elviña o de San Pedro de Visma, pequeños y encantadores territorios de La Coruña. El fue y es el entrenador más exitoso de la historia del Deportivo.
Estuvo allí siete años (desde 1998 hasta 2005) y ganó una Liga (la única en 107 años de historia del club), una Copa del Rey y dos Supercopas de España.
Consiguió lo que parecía imposible: borrar la añoranza por aquel SuperDepor de Arsenio Iglesias, que había sido gran protagonista en el primer lustro de los 90. Con Irureta todo parecía posible: durante cinco temporadas consecutivas incluyó a La Coruña en el podio de la Primera División. No sólo eso: también construyó milagros en Europa. Y uno de ellos resultó la más increíble remontada de la historia de la Champions League.
Aquella conferencia de prensa previa al partido de vuelta de los cuartos de final de la Champions ante el Milan, en abril de 2004, era presentada -de algún modo- como la antesala de un velorio. Ahí estaba Irureta. Manso, sin apuro, profundo creyente. Decía entonces: "Sabemos que será muy complicado, todo un desafío. Pero en el fútbol los milagros ocurren, cosas que nunca crees que puedan suceder". En el partido de ida, en el Giuseppe Meazza, el Milan había sido una celebración del buen fútbol y había goleado 4-1.
El Depor debía dar vuelta una historia a la que todos le habían escrito un final. Irureta fue también el que hizo una promesa: se comprometió a recorrer el Camino de Santiago si su equipo pasaba de ronda. Les habló a sus jugadores de sus propias capacidades.
Los invitó a creer en lo que casi nadie creía. Don Javier -vasco tacticista- esa vez priorizó lo anímico en su charla previa. No quiso agrandar al fantasma rossonero, conducido desde adentro del campo de juego por un impecable Andrea Pirlo. El Milan, que esa temporada obtuvo el Scudetto con dos fechas de anticipación, era el obvio candidato. "Si creemos que podemos, estaremos mucho más cerca de lo que pensamos", dijo Jabo ante los oídos de sus futbolistas, entre los que estaba el argentino Aldo Pedro Duscher.
Los jugadores entendieron el mensaje: tras 45 minutos de vértigos y encantos, el Deportivo ganaba 3-0, un resultado satisfactorio considerando el gol de visitante. El uruguayo Walter Pandiani hizo el primero, a los cinco minutos. Juan Carlos Valerón y Albert Luque, dos de las figuras, ampliaron la ventaja para que el entretiempo fuera una fiesta bajo el cielo de Galicia. Lo increíble se había hecho realidad en un rato breve. Fran González -un histórico que ingresó en el segundo tiempo- convirtió el cuarto. Irureta tenía razón.
Milan era una constelación de estrellas estrelladas por un partido. Ese día jugaron Dida; Cafú, Nesta, Maldini, Pancaro; Gattuso, Pirlo, Seedorf; Kaká; Shevchenko y Tomasson como titulares. Luego ingresaron sin éxito Rui Costa, Serginho e Inzaghi. Nombres de elite, antecedentes de campeón, gloria pasada y por venir. Pero hay momentos en los que el fútbol reivindica sus propios costados mágicos y construye episodios que rozan lo inverosímil. Fue este caso: el campeón (Milan había vencido por penales a Juventus en Old Trafford en la última final) arrodillado ante un rival que por primera vez en su vida de altibajos llegaba a las semifinales de la Copa de Campeones.
El 7 de abril sin olvido abrió las puertas de las semifinales. Enfrente estaba una de las revelaciones de Europa por esos días, el Porto de un tal José Mourinho. El equipo portugués no parecía el más duro de los oponentes. Sobre todo considerando que para llegar a esa intancia Irureta y los suyos habían dejado en el camino, entre otros, al PSV Eindhoven, a la Juventus y al defensor del título. En el partido de ida, en el estadio Do Dragão, hubo un empate sin goles que se leyó como el principio de un triunfo y como la mitad de un pasaporte a la final de Gelsenkirchen. En la revancha, en ese Riazor en el que la magia había habitado, un gol de penal de Derlei le dio la victoria y la clasificación al Porto, que tres semanas después se consagraría al vencer 3-0 al Monaco.
La pantalla gigante -por azar o no tanto- le brindó a La Coruña la alegría ausente. One day in Europe (Un día en Europa) se llama la película en la que el milagro continuó. En ese film de 2005 se reproduce una imaginaria final de la máxima competición del Viejo Continente. Y allí, el Deportivo juega el encuentro decisivo frente al Galatasaray. Como si el cine le hubiera dado revancha y merecido lugar en el partido que Galicia había imaginado como propio. Se exhibe aquel encuentro desde cuatro perspectivas diferentes y pertenecientes a cuatro ciudades. Y allí, en ese recorrido que retrata centros y periferias, se observa El Camino de Santiago, ese que alguna vez -casi en simultáneo- caminó Irureta para agradecer el día en el que La Coruña fue el Deportivo Milagro.
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