Atilio García es, junto a Labruna, Di Stéfano y Messi, uno de los cuatro argentinos que consiguió marcar más de 300 goles con un mismo club. Casi un desconocido en Argentina, es un prócer para Nacional, adonde llegó por absoluto azar.
El hombre se hizo tribuna. Y también presencia incluso aunque ya no esté. Atilio Ceferino García Pérez, Bigote, es emblema hasta de los que no lo vieron. La gente que frecuentemente concurre al Parque Central de Montevideo para ver a Nacional lo sabe: ubicarse en la tribuna Sur, la que lleva su nombre y su apellido, es un modo de rendirle tributo a aquel goleador que falleció hace cuatro décadas pero que habita los rincones del estadio del barrio La Blanqueada hecho recuerdo, leyenda, mito, añoranza.
No es casualidad: su gloria y sus goles al servicio de Los Bolsos merecía, merece y merecerá el homenaje perpetuo. Atilio hacía más goles que nadie en su época de esplendor, los años 30 y 40. Su promedio de gol es una proeza que atraviesa los tiempos: más de un tanto por partido.
Aunque nació en Junín, en agosto de 1914, se transformó con su campaña inverosímil en un montevideano de todos los tiempos. Es curioso: en Buenos Aires su nombre suena a personaje ajeno o lejano. Sirve un ejercicio simple: preguntarle a cualquier futbolero de los que juegan a saber mucho sobre el inmenso Atilio García.
La respuesta es una nueva pregunta: "¿Quién?" Su paso breve por el fútbol argentino de los años 30 (debutó en Mariano Moreno de Junín y luego fue atacante sin grandilocuencia de Platense y de Boca) y su pronta partida a la otra orilla del Río de la Plata en días sin televisación ni Internet lo transformaron con el tiempo en olvido o en una preciosa pieza del mejor de los museos.
Su dimensión la cuenta ahora, en esta redacción, el periodista e historiador Oscar Barnade: "Es uno de los cuatro futbolistas argentinos capaces de convertir más de 300 para un mismo club". Los acompañantes del pedestal jerarquizan el logro: Angel Labruna, en River; Alfredo Di Stéfano, en el Real Madrid; y Lionel Messi, en el Barcelona.
El fútbol argentino no pudo disfrutarlo en su mejor versión. El periodista Ismael Canaparo, en el diario La Verdad, de Junín, relata su paso por esta orilla: "Recomendado por su amigo Mario Raúl Pajoni, crack en Platense, aterrizó luego en la entidad Calamar, donde permaneció seis temporadas (1931/36), con escasa fortuna. En ese lapso, jugó 23 partidos y marcó 12 tantos. Sin embargo, como en la reserva del Marrón se cansó de hacer goles, Boca lo contrató para el torneo de 1937.
Pero allí tampoco la suerte lo acompañó demasiado. Si bien fue titular pocas veces (siete encuentros, nada más), concretó 6 goles. Por entonces, el centro del ataque xeneize tenía a tres monstruos, como Varallo, Benítez Cáceres y Roberto Cherro. Imposible jugar". De todos modos, lo mejor estaba por venir del otro lado del Río.
En Uruguay fue Gardel y todos los guitarristas juntos. La consecuencia resultó inevitable: Atilio es uno de los más grandes referentes de la historia de Nacional. A través del sitio oficial, el club refiere algunas de sus hazañas deportivas. "Es el mayor goleador de la historia de Nacional: anotó 486 goles. Posee el record para una temporada: 52 en 1938. Es el máximo goleador de los clásicos: le convirtió 34 goles a Peñarol.
Goleador absoluto durante ocho años del Campeonato Uruguayo, siete de ellos consecutivos: 1938 (20 goles), 1939 (22), 1940 (18), 1941 (23), 1942 (19), 1943 (18), 1944 (21) y 1946 (21)". En ese camino estelar obtuvo siete títulos. Y algo más grande: el reconocimiento para siempre, el carácter de inobjetable de todas las eras.
Cuentan -más el halo de su misterio que los recuerdos de quienes lo vieron- que era una máquina de hacer goles. Un delantero bravo, gran definidor, guapo. En enero de 1938 debutó: bajó del barco e hizo dos goles frente a Chacarita, en un amistoso. En una ocasión, en La Plata, llegó a convertir dos goles de cabeza con la frente lastimada y con un apósito. Su recorrido lo contó el periodista Pedro Uzquiza, en algún espacio de esta redacción, cuando en 1998 se cumplieron 25 años del fallecimiento del delantero imposible: "Con Atilio García, Nacional inició un camino ascendente que culminó con la conquista de cinco títulos consecutivos (desde 1939 a 1943).
En ese llamado Quinquenio de Oro, en 1941 agregó otra hazaña: ganó los 20 partidos que disputó en el campeonato, algo que nunca se repitió. El 14 de diciembre goleó a Peñarol por 6 a 0, la mayor ventaja histórica en un clásico. Tal vez el mayor mérito del juninense haya sido ser el verdugo de Peñarol. En 26 partidos, entre 1938 y 1950, le marcó 34 goles, con la particularidad de que ninguno fue de penal ni de tiro libre". Por eso, ahora en cada clásico de Montevideo, el misterio de Atilio revolotea. Hecho deseo del lado de su Nacional; transformado en fantasma de Peñarol. Volvió a suceder el último fin de semana: en el 3-0 del Manya, algún tricolor pensó que "eso con Atilio no pasaba".
"Es como un paisano viejo, retraído y más bueno que el pan. Apareció como una tromba. Fue como un hondazo disparado a través de la distancia, de su lejano Junín, pampa y cielo, que vino a reventar en medio del corazón del pueblo, que vive, que se agita y que sufre siguiendo los gloriosos colores de Nacional". Este retrato de Bigote -su apodo más famoso- fue publicado en las páginas de La Historia del Club Nacional de Football, en 1950.
En la misma obra se señala un detalle que exhibe la dimensión de García: el club se divide en períodos, antes y después de Atilio (1899-1937 y 1938-1950).
Eduardo Galeano escribió alguna vez sobre el coraje del atacante con el preciso trazo de sus palabras: "Atilio estaba acostumbrado a los hachazos. Le daban con todo, sus piernas eran un mapa de cicatrices". Pero no paraba, Atilio. El único destino que toleraba era el gol.
Su historia también tiene magia. Lo cuentan en las calles de Montevideo como si fuera una verdad de todos los tiempos. La anécdota fundacional brotó de una casualidad. Aunque hacía muchos goles, no tenía pinta ni antecedentes de crack. Era suplente en Boca.
Sobre el final de 1937, García fue ofrecido al presidente de Nacional, Atilio Narancio. El delantero era parte de una lista de saldos y retazos de futbolistas con ganas de cambiar de rumbo. Narancio, sonriente, ofreció una frase que cambió la historia: "Este se llama Atilio, como yo; debe ser bueno". En breve, decidió contratarlo. El azar quiso que tuviera razón. Mejor dicho, que se quedara corto. El tocayo Atilio era un goleador destinado a la gloria perpetua.
El hombre se hizo tribuna. Y también presencia incluso aunque ya no esté. Atilio Ceferino García Pérez, Bigote, es emblema hasta de los que no lo vieron. La gente que frecuentemente concurre al Parque Central de Montevideo para ver a Nacional lo sabe: ubicarse en la tribuna Sur, la que lleva su nombre y su apellido, es un modo de rendirle tributo a aquel goleador que falleció hace cuatro décadas pero que habita los rincones del estadio del barrio La Blanqueada hecho recuerdo, leyenda, mito, añoranza.
No es casualidad: su gloria y sus goles al servicio de Los Bolsos merecía, merece y merecerá el homenaje perpetuo. Atilio hacía más goles que nadie en su época de esplendor, los años 30 y 40. Su promedio de gol es una proeza que atraviesa los tiempos: más de un tanto por partido.
Aunque nació en Junín, en agosto de 1914, se transformó con su campaña inverosímil en un montevideano de todos los tiempos. Es curioso: en Buenos Aires su nombre suena a personaje ajeno o lejano. Sirve un ejercicio simple: preguntarle a cualquier futbolero de los que juegan a saber mucho sobre el inmenso Atilio García.
La respuesta es una nueva pregunta: "¿Quién?" Su paso breve por el fútbol argentino de los años 30 (debutó en Mariano Moreno de Junín y luego fue atacante sin grandilocuencia de Platense y de Boca) y su pronta partida a la otra orilla del Río de la Plata en días sin televisación ni Internet lo transformaron con el tiempo en olvido o en una preciosa pieza del mejor de los museos.
Su dimensión la cuenta ahora, en esta redacción, el periodista e historiador Oscar Barnade: "Es uno de los cuatro futbolistas argentinos capaces de convertir más de 300 para un mismo club". Los acompañantes del pedestal jerarquizan el logro: Angel Labruna, en River; Alfredo Di Stéfano, en el Real Madrid; y Lionel Messi, en el Barcelona.
El fútbol argentino no pudo disfrutarlo en su mejor versión. El periodista Ismael Canaparo, en el diario La Verdad, de Junín, relata su paso por esta orilla: "Recomendado por su amigo Mario Raúl Pajoni, crack en Platense, aterrizó luego en la entidad Calamar, donde permaneció seis temporadas (1931/36), con escasa fortuna. En ese lapso, jugó 23 partidos y marcó 12 tantos. Sin embargo, como en la reserva del Marrón se cansó de hacer goles, Boca lo contrató para el torneo de 1937.
Pero allí tampoco la suerte lo acompañó demasiado. Si bien fue titular pocas veces (siete encuentros, nada más), concretó 6 goles. Por entonces, el centro del ataque xeneize tenía a tres monstruos, como Varallo, Benítez Cáceres y Roberto Cherro. Imposible jugar". De todos modos, lo mejor estaba por venir del otro lado del Río.
Goleador absoluto durante ocho años del Campeonato Uruguayo, siete de ellos consecutivos: 1938 (20 goles), 1939 (22), 1940 (18), 1941 (23), 1942 (19), 1943 (18), 1944 (21) y 1946 (21)". En ese camino estelar obtuvo siete títulos. Y algo más grande: el reconocimiento para siempre, el carácter de inobjetable de todas las eras.
Cuentan -más el halo de su misterio que los recuerdos de quienes lo vieron- que era una máquina de hacer goles. Un delantero bravo, gran definidor, guapo. En enero de 1938 debutó: bajó del barco e hizo dos goles frente a Chacarita, en un amistoso. En una ocasión, en La Plata, llegó a convertir dos goles de cabeza con la frente lastimada y con un apósito. Su recorrido lo contó el periodista Pedro Uzquiza, en algún espacio de esta redacción, cuando en 1998 se cumplieron 25 años del fallecimiento del delantero imposible: "Con Atilio García, Nacional inició un camino ascendente que culminó con la conquista de cinco títulos consecutivos (desde 1939 a 1943).
En ese llamado Quinquenio de Oro, en 1941 agregó otra hazaña: ganó los 20 partidos que disputó en el campeonato, algo que nunca se repitió. El 14 de diciembre goleó a Peñarol por 6 a 0, la mayor ventaja histórica en un clásico. Tal vez el mayor mérito del juninense haya sido ser el verdugo de Peñarol. En 26 partidos, entre 1938 y 1950, le marcó 34 goles, con la particularidad de que ninguno fue de penal ni de tiro libre". Por eso, ahora en cada clásico de Montevideo, el misterio de Atilio revolotea. Hecho deseo del lado de su Nacional; transformado en fantasma de Peñarol. Volvió a suceder el último fin de semana: en el 3-0 del Manya, algún tricolor pensó que "eso con Atilio no pasaba".
"Es como un paisano viejo, retraído y más bueno que el pan. Apareció como una tromba. Fue como un hondazo disparado a través de la distancia, de su lejano Junín, pampa y cielo, que vino a reventar en medio del corazón del pueblo, que vive, que se agita y que sufre siguiendo los gloriosos colores de Nacional". Este retrato de Bigote -su apodo más famoso- fue publicado en las páginas de La Historia del Club Nacional de Football, en 1950.
En la misma obra se señala un detalle que exhibe la dimensión de García: el club se divide en períodos, antes y después de Atilio (1899-1937 y 1938-1950).
Eduardo Galeano escribió alguna vez sobre el coraje del atacante con el preciso trazo de sus palabras: "Atilio estaba acostumbrado a los hachazos. Le daban con todo, sus piernas eran un mapa de cicatrices". Pero no paraba, Atilio. El único destino que toleraba era el gol.
Su historia también tiene magia. Lo cuentan en las calles de Montevideo como si fuera una verdad de todos los tiempos. La anécdota fundacional brotó de una casualidad. Aunque hacía muchos goles, no tenía pinta ni antecedentes de crack. Era suplente en Boca.
Sobre el final de 1937, García fue ofrecido al presidente de Nacional, Atilio Narancio. El delantero era parte de una lista de saldos y retazos de futbolistas con ganas de cambiar de rumbo. Narancio, sonriente, ofreció una frase que cambió la historia: "Este se llama Atilio, como yo; debe ser bueno". En breve, decidió contratarlo. El azar quiso que tuviera razón. Mejor dicho, que se quedara corto. El tocayo Atilio era un goleador destinado a la gloria perpetua.
Si
te ha gustado el artículo inscribete al feed clicando en la imagen más
abajo para tenerte siempre actualizado sobre los nuevos contenidos del
blog:
Espero que esta publicación te haya gustado. Si tienes alguna duda, consulta o quieras complementar este post, no dudes en escribir en la zona de comentarios. También puedes visitar Facebook, Twitter, Google +, Linkedin, Instagram, Pinterest e Feedly donde encontrarás información complementaria a este blog. COMPARTILA EN!
0 commentarios:
Publicar un comentario
No insertar enlaces clicables, de lo contrario, se eliminará el comentario. Marca la casilla Notificarme si deseas ser notificado por correo electrónico de los nuevos comentarios. Si te ayudé con la publicación o con las respuestas a los comentarios, compártelo en Facebook, Instagram o Twitter. Gracias.