Alberto Zaccheroni aprendió pronto el significado de Kampai (salud, en japonés). Lo entendió después de varias victorias y de mucha cordialidad de sus contratantes. No fue su única lección, claro.
El entrenador italiano corroboró lo que de la constancia de los japoneses se contaba. Los únicos terremotos que conocía los había visto por televisión. O se los habían contado.
En marzo de 2011, cuando sucedió esa tragedia que dejó más de 20.000 muertos, Zac (como le decían en Italia; como le dicen también ahora) estaba en el cuarto piso de un rascacielos que -según su propia definición- parecía de goma.
Con un asombro que no cabía en sus ojos, también observó a esa sociedad japonesa especialista en aprendizajes y enseñanzas desde el dolor: los supermercados entregaban mercadería a la gente sin cobrar. El escuchó también la explicación: los dueños decían que recién se cobraría todo eso una vez superada la emergencia. La solidaridad brotaba en los rincones.
Justo después del temblor, cuando el mundo de los medios distribuía el horror con todos sus recursos, Zaccheroni -campeón con el Milan a fines de los años noventa- se volvió a Italia por unos días. Pero volvió pronto. Estaba convencido. Habló ante miembros de la Asociación Japonesa de fútbol: "Japón logrará levantarse de este tremendo desastre y el fúbol puede ofrecer su aporte como mensaje. Estoy seguro". El tiempo le dio la razón a ese puñado de palabras: Japón se convirtió en el mejor equipo de Asia (no sólo por su título en la Copa continental de 2011) y en el primer clasificado a la Copa del Mundo de Brasil. Mientras, se prepara para su estreno en la inminente Copa de las Confederaciones.
La tragedia los lastimó, pero también los hizo más fuertes. El equipo nacional de fútbol siguió siendo el mismo. O mejor. A las particularidades habituales como la velocidad supersónica, la entrega total, la obediencia plena al plan colectivo, Los Samurais Azules le agregaron el rigor táctico importado de la tierra de los reyes de la defensa. Hace dos años y medio, con ritmo implacable, ganó la Copa de Asia. Fueron cuatro victorias y dos empates (uno de ellos, ante Corea del Sur, resuelto favorablemente por penales). La final, en el Khalifa Stadium de Doha, finalizó con el 1-0 ante Australia, ese habitante oceánico que llegó al fútbol asiático con pretensiones grandes. Aquel encuentro decisivo fue la consolidación de la idea de Zaccheroni: su equipo podía ser espejo de la reconstrucción.
Japón tuvo una notable capacidad para manejar sus momentos en las Eliminatorias tanto en la Fase Final como en la fase previa. Sus arranques fueron implacables (con goleadas espectaculares como el 8-0 a Tayikistán o el 6-0 Jordania, incluidas) y a partir de ellos hizo más llano el camino posterior. Para clasificar necesitó de siete victorias, tres empates y tres derrotas (todas ellas cuando la clasificación a la siguiente fase tenía el carácter de una certeza).
Ayer, en la misma Doha de la consagración continental, Japón se despidió de las Eliminatorias. El resultado (ese 1-0 ante Irak, sobre la hora, con gol de Orazaki) resultó apenas un detalle numérico y menor. El desenlace fue otra cosa: el abrazo de todos; las lágrimas de muchos. Esa escena significó una certeza: Japón, otra vez, ofrecía la grandeza de su reconstrucción.
No tiene megacraks como Messi, Cristiano o Iniesta. Pero ya son muchos los futbolistas con valiosa experiencia en las grandes Ligas de Europa. Algunos ejemplos: Keisuke Honda, el autor del gol que garantizó la clasificación al Mundial, es mediocampista del CSKA Moscú; Yuto Nagatomo gana espacio en el Inter de Milán; Shinji Kagawa juega en el Manchester United; el goleador Shinji Orazaki es valioso aporte en el Stuttgart.
Con un plantel equilibrado entre los que participan de la J League y los que juegan en el exterior y balanceado en experiencia (varios jóvenes con muchos partidos internacionales y apenas tres futbolistas que superan los 30 años), Japón encontró la fótmula de su crecimiento. Y así accedió, tal vez, el mejor momento de su historia: en abril, el mes siguiente al terremoto, alcanzó su mejor ubicación (el puesto 13) dentro del ranking de la FIFA desde 1998. No es casualidad: Los Samurais vienen marchando desde hace rato. Otro dato lo cuenta: en Sudáfrica 2010 estuvo a casi nada de ubicarse entre los ocho mejores. Lo dejó en el camino -por penales, tras igualar sin goles- el bravo Paraguay de Gerardo Martino.
El fútbol de Japón es un perfecto ejemplo de crecimiento metódico. Desarrolló una ardua tarea -de pasos breves y muy firmes- en las últimas tres décadas. En los años ochenta, sucedió la primera etapa, la de la seducción. La idea era que el fútbol comenzara a generar encantos. El país se convirtió desde 1980 en sede de la Copa Intercontintal, con la cita inaugural entre Nacional de Montevideo y Nottingham Forest. Los mejores -o varios de ellos- allí se presentaron y sumaron adhesiones. Incluso la automotriz Toyota le agregó su nombre al trofeo.
La segunda etapa fue la fundación de la Liga (la J League), cuya primera edición se disputó en 1993. Se incorporaron entrenadores, figuras (Ramón Díaz, por ejemplo fue el máximo anotador de la temporada inicial) y sponsors. El fútbol ya llenaba estadios con regularidad. Casi a modo de celebración de su Liga, en 1998, Japón se clasificó por primera vez a la Copa del Mundo. Luego, ya con el fútbol consolidado, en 2002 fue sede junto a Corea del Sur del primer Mundial organizado en Asia. En paralelo de ese recorrido, como una consecuencia, el seleccionado no paró de ofrecer señales de mejoría. Un detalle insoslayable al respecto: se convirtió en el máximo campeón continental, tras ganar cuatro de las últimas seis ediciones de la Copa de Asia (la primera, en 1992).
Joseph Blatter, a través de su cuenta oficial en Twitter, fue uno de los primeros en felicitar al seleccionado japonés. Y hasta incluyó otro de los términos que Zaccheroni aprendió escuchando: "Omedetou gozaimasu" (felicidades). Lo sabe el presidente de la FIFA, también hombre de negocios: es saludable la presencia de un país con cerca de 130 millones de habitantes (el décimo más poblado). Sobre todo ya con la certeza de que tres de los cuatro más poblados (China, India e Indonesia) no tendrán el entusiasmo de ver a sus seleccionados. Cosas del fútbol de estos días, claro. Y, claro, eso no es responsabilidad de este Japón que merece todas las ovaciones.
El entrenador italiano corroboró lo que de la constancia de los japoneses se contaba. Los únicos terremotos que conocía los había visto por televisión. O se los habían contado.
En marzo de 2011, cuando sucedió esa tragedia que dejó más de 20.000 muertos, Zac (como le decían en Italia; como le dicen también ahora) estaba en el cuarto piso de un rascacielos que -según su propia definición- parecía de goma.
Con un asombro que no cabía en sus ojos, también observó a esa sociedad japonesa especialista en aprendizajes y enseñanzas desde el dolor: los supermercados entregaban mercadería a la gente sin cobrar. El escuchó también la explicación: los dueños decían que recién se cobraría todo eso una vez superada la emergencia. La solidaridad brotaba en los rincones.
Justo después del temblor, cuando el mundo de los medios distribuía el horror con todos sus recursos, Zaccheroni -campeón con el Milan a fines de los años noventa- se volvió a Italia por unos días. Pero volvió pronto. Estaba convencido. Habló ante miembros de la Asociación Japonesa de fútbol: "Japón logrará levantarse de este tremendo desastre y el fúbol puede ofrecer su aporte como mensaje. Estoy seguro". El tiempo le dio la razón a ese puñado de palabras: Japón se convirtió en el mejor equipo de Asia (no sólo por su título en la Copa continental de 2011) y en el primer clasificado a la Copa del Mundo de Brasil. Mientras, se prepara para su estreno en la inminente Copa de las Confederaciones.
La tragedia los lastimó, pero también los hizo más fuertes. El equipo nacional de fútbol siguió siendo el mismo. O mejor. A las particularidades habituales como la velocidad supersónica, la entrega total, la obediencia plena al plan colectivo, Los Samurais Azules le agregaron el rigor táctico importado de la tierra de los reyes de la defensa. Hace dos años y medio, con ritmo implacable, ganó la Copa de Asia. Fueron cuatro victorias y dos empates (uno de ellos, ante Corea del Sur, resuelto favorablemente por penales). La final, en el Khalifa Stadium de Doha, finalizó con el 1-0 ante Australia, ese habitante oceánico que llegó al fútbol asiático con pretensiones grandes. Aquel encuentro decisivo fue la consolidación de la idea de Zaccheroni: su equipo podía ser espejo de la reconstrucción.
Japón tuvo una notable capacidad para manejar sus momentos en las Eliminatorias tanto en la Fase Final como en la fase previa. Sus arranques fueron implacables (con goleadas espectaculares como el 8-0 a Tayikistán o el 6-0 Jordania, incluidas) y a partir de ellos hizo más llano el camino posterior. Para clasificar necesitó de siete victorias, tres empates y tres derrotas (todas ellas cuando la clasificación a la siguiente fase tenía el carácter de una certeza).
Ayer, en la misma Doha de la consagración continental, Japón se despidió de las Eliminatorias. El resultado (ese 1-0 ante Irak, sobre la hora, con gol de Orazaki) resultó apenas un detalle numérico y menor. El desenlace fue otra cosa: el abrazo de todos; las lágrimas de muchos. Esa escena significó una certeza: Japón, otra vez, ofrecía la grandeza de su reconstrucción.
No tiene megacraks como Messi, Cristiano o Iniesta. Pero ya son muchos los futbolistas con valiosa experiencia en las grandes Ligas de Europa. Algunos ejemplos: Keisuke Honda, el autor del gol que garantizó la clasificación al Mundial, es mediocampista del CSKA Moscú; Yuto Nagatomo gana espacio en el Inter de Milán; Shinji Kagawa juega en el Manchester United; el goleador Shinji Orazaki es valioso aporte en el Stuttgart.
Con un plantel equilibrado entre los que participan de la J League y los que juegan en el exterior y balanceado en experiencia (varios jóvenes con muchos partidos internacionales y apenas tres futbolistas que superan los 30 años), Japón encontró la fótmula de su crecimiento. Y así accedió, tal vez, el mejor momento de su historia: en abril, el mes siguiente al terremoto, alcanzó su mejor ubicación (el puesto 13) dentro del ranking de la FIFA desde 1998. No es casualidad: Los Samurais vienen marchando desde hace rato. Otro dato lo cuenta: en Sudáfrica 2010 estuvo a casi nada de ubicarse entre los ocho mejores. Lo dejó en el camino -por penales, tras igualar sin goles- el bravo Paraguay de Gerardo Martino.
El fútbol de Japón es un perfecto ejemplo de crecimiento metódico. Desarrolló una ardua tarea -de pasos breves y muy firmes- en las últimas tres décadas. En los años ochenta, sucedió la primera etapa, la de la seducción. La idea era que el fútbol comenzara a generar encantos. El país se convirtió desde 1980 en sede de la Copa Intercontintal, con la cita inaugural entre Nacional de Montevideo y Nottingham Forest. Los mejores -o varios de ellos- allí se presentaron y sumaron adhesiones. Incluso la automotriz Toyota le agregó su nombre al trofeo.
La segunda etapa fue la fundación de la Liga (la J League), cuya primera edición se disputó en 1993. Se incorporaron entrenadores, figuras (Ramón Díaz, por ejemplo fue el máximo anotador de la temporada inicial) y sponsors. El fútbol ya llenaba estadios con regularidad. Casi a modo de celebración de su Liga, en 1998, Japón se clasificó por primera vez a la Copa del Mundo. Luego, ya con el fútbol consolidado, en 2002 fue sede junto a Corea del Sur del primer Mundial organizado en Asia. En paralelo de ese recorrido, como una consecuencia, el seleccionado no paró de ofrecer señales de mejoría. Un detalle insoslayable al respecto: se convirtió en el máximo campeón continental, tras ganar cuatro de las últimas seis ediciones de la Copa de Asia (la primera, en 1992).
Joseph Blatter, a través de su cuenta oficial en Twitter, fue uno de los primeros en felicitar al seleccionado japonés. Y hasta incluyó otro de los términos que Zaccheroni aprendió escuchando: "Omedetou gozaimasu" (felicidades). Lo sabe el presidente de la FIFA, también hombre de negocios: es saludable la presencia de un país con cerca de 130 millones de habitantes (el décimo más poblado). Sobre todo ya con la certeza de que tres de los cuatro más poblados (China, India e Indonesia) no tendrán el entusiasmo de ver a sus seleccionados. Cosas del fútbol de estos días, claro. Y, claro, eso no es responsabilidad de este Japón que merece todas las ovaciones.
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