8 de septiembre de 2017

La cultura del juego, la competición y la exhibición hacen parte de la esencia del fútbol.

La seriedad con la cuál afrontamos una competencia deportiva hace que la despojemos de su carácter lúdico.

Es decir la cultura no precede al fútbol como competencia deportiva sino que es una consecuencia del mismo.

Hay sociólogos y filósofos que suelen resultarme los mejores autores de libros de fútbol que yo conozca.

Uno de ellos, Julián Marías, estupendo pensador, dice muy bien, sin pensar que esté «hablando de fútbol», que: ... cuando se sabe lo que va a pasar es que no va a pasar nada.

Una definición perfectamente aplicable al fútbol. Cuando la espontaneidad es planificada, lo espontáneo se acaba. Se puede planificar una gambeta? Cuándo y en qué momento hacerla?
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Y si al fútbol lográramos hacerlo no espontáneo, como muchos pretenden hacerlo creer, pero no lo logran jamás, entonces sí podríamos decir nosotros, a coro con aquel tratadista de conducción de automóviles en el tránsito urbano: «esta publicación sustituye con ventajas al cerebro humano».


La cultura del juego.


Porque estaríamos asistidos por la posibilidad de reunir —planificada la espontaneidad en todas sus facetas previsibles e imprevisibles— la totalidad de aquellos cambios de opinión que, a razón de catorce veces por cada tres décimas de segundo, es capaz de realizar el hombre y, de hecho, como hombre que es, el hombre que juega al fútbol.
Leer también: En los deportes individuales, la oposición directa es pasiva, en el fútbol es combativa, es oposición total.
Estaríamos, en ese caso, seguros de viajar desde el centro de nuestra ciudad hasta la más encrucijada barriada callejera, por un camino determinado a priori, planificado, exento de alteraciones hasta ahora imprevisibles por atascamientos de vehículos, clausuras temporarias por accidentes sin hora fija, trabajos de reparación de calles, manifestaciones estudiantiles perseguidas por policías, o presentación de sus cartas credenciales por un diplomático extranjero.

Jugar al fútbol y viajar en automóvil.

He allí un símil entre jugar al fútbol y viajar en automóvil con la aceptada «regla de juego» de que en un caso nos quiten la pelota que necesitamos para jugar, y en el otro nos bloqueen la calle por donde necesitamos pasar. ¿Solución? ¡Escaparle a la gente! (condición básica para jugar bien al fútbol).

¿Plan para «escaparle a la gente»? Uno solo posible: el del instinto, el de los catorce cambios de opinión en tres décimas de segundo que hace posibles nuestro trillón de neuronas computadoras y sus dos millones de componentes biológicos separados.
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Filósofos y sociólogos han tenido y tienen al deporte y al deportista un tanto relegados en la subestimación de aquellas cosas que nos parecen hechas «para jugar».




Pero entiéndase: «para jugar»... en sentido infantil, secundario en importancia a la apasionada conversación que los mayores sostienen mientras «los chicos juegan».

Moraleja.

El fútbol es no solo un arte del imprevisto es la verdadera definición de la improvisación.
fuente: Dante Panzeri
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2 de septiembre de 2017

Futbol, pasión de multitudes, elogio de la locura.

Había un relator deportivo allá por la década del 80 que había llamado al fútbol "pasión de multitudes" y comenzaba de esa manera todos sus relatos.

Ese relator, hoy desaparecido, se llamó José María Muñoz. el "relator de América".

Había un escritor que se llamó Erasmo. Y escribió un libro llamado Elogio de la Locura. Dice al inicio: “Diga lo que quiera de mí el común de los mortales, pues no ignoro cuán mal hablan de la Estulticia incluso los más estultos, soy, empero, aquélla, y precisamente la única que tiene poder para divertir a los dioses y a los hombres.”

Diversión, pasión de multitudes o negocio: qué es el fúbol?

Clubes que gastan (o invierten) sumas despropositadas de dinero, jugadores que ganan sumas igualmente obscenas. Cuás es el límite al fúbol. Y sobre todo del fútbol, como esencia, qué queda.
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Futbol, pasión de multitudes, elogio de la locura.

Primero entendamos qué es el fútbol y tal vez entenderemos la voragine de dinero y poder en la que está inmerso.

En toda confrontación deportiva hay una oposición a vencer. Aun en las más solitarias carreras contra el inofensivo reloj. Pero, en los deportes individuales, la oposición directa es pasiva.

En el fútbol toda acción es combativa.

En el fútbol toda acción es combativa. Es oposición total.
Leer también: en los deportes individuales, la oposición directa es pasiva, en el fútbol es combativa, es oposición total.
En el deporte de acción individual nadie priva a nadie de su instrumento competitivo básico.
Si dos pintores concursan a un mismo tiempo y ante un mismo motivo para establecer un circunstancial escalafón de valores artísticos, un pintor no despojará al otro de su pincel.

Un atleta lucha contra la distancia, contra la herramienta, contra la valla, contra la varilla, contra su fatiga... pero sin que un adversario le coarte el movimiento, ni le quite el disco, la bala, la jabalina, la garrocha o el martillo.

La ley del derecho al despojo.

El fútbol se juega con la aceptada ley del derecho al despojo de la herramienta básica de juego.




He ahí —para él, para el rugby, para el basquetbol y todos los deportes colectivos de oposición directa— una condición que hace absurda, imposible, una reiterada pretensión comparativa de muchos espíritus propensos a encandilarse con la luminosidad de la dialéctica tecnológica, que no discrimina entre técnica y humanidad en aquella pretensión de refundir, en un común presupuesto de metodización, a las actividades específicas de un futbolista con las de un operario, las de un atleta de cualquier competición deportiva individual, y hasta las de un artista de comedias.

Esto último es frecuente, y no sólo en neófitos en materia futbolística; aun en supuestamente idóneos en fútbol, sea por debilidad de convicciones o por temor a quedar fuera de época, de no hablar «al ritmo» de una época... embustera. Eufemista.
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Un reconocido cronista deportivo ya desaparecido escribe: ”Se habla de la sistematizada dedicación de cada uno a su oficio (el futbolista ciertamente lo tiene en la sociedad contemporánea) y se asimila a todos a los mismos factores de oposición, pero sin jamás recordarse que mientras en el fútbol se hace fundamentalmente lo que el adversario permite hacer, y después lo que queramos nosotros hacer..., en todos los demás casos de pretendida comparación, la realización humana responde exclusivamente a lo que pueda ser capaz de hacer el protagonista totalmente liberado del riesgo de que alguien lo despoje del piano en que ejecuta la música, del pincel con qué pinta, de la garrocha con que salta o de la bicicleta con que corre”.

En el fútbol es ocioso hablar de una técnica.

Para estos casos puede haber, y asimismo no permanentemente, una técnica. Pero para el fútbol es ocioso hablar de una técnica, de una manera de jugar bien, de una norma para jugar o «ver mejor» un partido, siendo que habrá muchas humanidades fluctuantes, cambiantes, sorpresivas, imprevistas, espontáneas... que impondrán la vigencia de muchas técnicas. La técnica del imprevisto por sobre todos los previstos.

Y más aún: limitando esa técnica al uso de la más indócil de las armas posesivas del hombre, los pies, siempre más indóciles que las manos al ordenamiento del cerebro. La espontaneidad no se puede metodizar en ningún orden de cosas. Además: nunca, en ningún orden de cosas, hemos visto surgir un hombre virtuoso solamente porque «le enseñaron» a ser virtuoso. El cirujano, el músico, el futbolista, todos tienen que nacer virtuosos para llegar a ser virtuosos mediante sus distintos senderos naturales: unos capacitándose, otros manifestándose.
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