28 de agosto de 2017

Las Olimpíadas en el Mundo Antiguo: Inauguración de los Juegos y competencias.

Este artículo -modificado- fue expuesto originalmente poir el profesor Alfonso Gómez-Lobo con diapositivas en el Centro de Estudios Públicos de la ciudad de Santiago, Chile, invita a la audiencia a imaginar que se está asistiendo a los Juegos Olímpicos de la antigüedad.

Trataré de imaginar, con los elementos suministrados en aquel evento, día tras la dia, la realidad de los Juegos Olímpicos en la Antigua Grecia.

Lo que me propongo hacer en estas páginas es explorar sumariamente las olimpíadas antiguas como fenómeno histórico y social, despojándolas de la pátina romántica con que se las cubrió durante el siglo XIX y comienzos del XX, e ilustrándolas a partir del arte producido por los griegos mismos.
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Las Olimpíadas en el Mundo Antiguo: Inauguración de los Juegos y competencias.

Primer día.

Al alba, en el bouleuterion o sede del Consejo, se tomará juramento a los competidores y a los jueces ante el altar de Zeus Horkios, Zeus de los Juramentos. Luego se iniciarán las competencias para heraldos y trompetis-tas, seguidas de carreras, lucha y boxeo para jóvenes de 12 a 18 años.
Habrá también oraciones públicas y privadas al igual que sacrificios en el Altis o recinto sagrado. Se consultará los oráculos.

Por la tarde habrá algún discurso de un sofista o filósofo de nota y recitales de poesía y de historia. Muchos de los presentes aprovecharán la ocasión para visitar el Altis y reunirse con viejos amigos de otras ciudades.

Por la mañana las actividades se iniciarán con una procesión solemne en el hipódromo, seguida de las carreras de carros y de caballos.
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La tarde estará dedicada al pentatlón: disco, jabalina, salto largo, carrera y lucha libre11. Al caer el sol se celebrarán ritos funerarios en honor de Pelops, el héroe ancestral del santuario, con una procesión de vencedores elogiados con himnos o epinicios. Comidas y simposios por la noche.

Segundo día.

Las actividades se inician temprano con una procesión de los Hellanodikai, los embajadores oficiales de las póleis y de todos los competidores alrededor del gran altar que se encuentra delante del templo de Zeus. Se ofrecen diversos sacrificios de animales, que culminan con la hecatombe o sacrificio público de cien bueyes ofrecido por los anfitriones, los ciudadanos de Elis.




Las carreras tienen lugar hoy. La más corta es el estadio (192 metros), seguida por el díaulos, el doble de la anterior, una carrera en la cual los atletas corren hasta el extremo opuesto del estadio, giran alrededor de un poste de madera o kamptér y vuelven a la línea de partida o bálbis. Hay también una carrera de larga distancia o dólijos de más o menos 5 kilómetros. El día lo cierra un banquete público en la sede de los magistrados de Elis.
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Las tres primeras de estas pruebas sólo existen como parte del pentatlón.Carrera corta o “estadio” ilustrada en un ánfora que se otorgaba como premio en las panate-neas, por el Pintor de Berlín, 480/470 a. C. Berlín, Antikenmuseum.

Tercer día.

Hoy es el día de las pruebas de combate. Por la mañana lucha libre, por la tarde boxeo y pancracio, un tipo de lucha violenta en que se permiten las llaves y los golpes. Sólo está prohibido sacarle los ojos al contrincante.
El día concluye con el hoplitodrómos o carrera con armadura de soldado de infantería pesada ( hoplites).

Cuarto día.

Procesión de los vencedores hasta el templo de Zeus, donde los Hellanodikai les premian con coronas de olivo silvestre y los presentes les lanzan una lluvia de hojas y flores ( fillobolía). Celebraciones y grandes fiestas de despedida.

Quinto día.

Al día siguiente todos inician el lento regreso a sus respectivas póleis, donde los atletas vencedores recibirán más honores, premios en dinero y especies, culminando a veces con la asignación de comidas gratis por el resto de sus días y con la erección de una estatua pagada por el erario público. Habrá un frenesí colectivo y muchos de los ciudadanos estarán orgullosos por el triunfo de un pariente o del hijo de un vecino o simplemente de un atleta ligado a ellos por amistad cívica.
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25 de agosto de 2017

Las Olimpíadas en el Mundo Antiguo: la verdad del elogio pindárico y un viaje a Olimpia.

De entre todas esta competencias, cuatro sobresalen por su prestigio y por su carácter panhelénico por estar abiertas a todos los griegos: los juegos píticos celebrados en Delfos, los ístmicos celebrados en el istmo de Corinto, los nemeos en un recinto situado al noreste del Peloponeso y, por cierto, los juegos olímpicos.

Píndaro, el gran poeta lírico del siglo V a. C. que se ganaba la vida componiendo himnos a los que vencían en cualquiera de estas competencias a cambio de un cuantioso honorario, proclama que de los cuatro, los juegos olímpicos son los más importantes y lo hace de una manera que refleja la ley de creciente complejidad del verso pindárico.
olimpia

Las Olimpíadas en el Mundo Antiguo.

Su punto de partida es relativamente simple: entre los líquidos, el agua es lo más apreciado, entre los metales el oro, y entre los juegos, los olímpicos, pero al darle forma definitiva al elogio introduce dos subcomparaciones (oro-fuego, Olimpíadas-sol) que da como resultado el siguiente comienzo de uno de sus epinicios más hermosos:
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Suprema es el agua, el oro brilla como fuego incandescente de noche por sobre toda arrogante riqueza, pero si juegos es lo que añoras cantar, alma mía, no busques, después del sol, otro astro que brille por el desierto éter con más calor en el día,ni llamemos a otro combate superior al de Olimpia.

La verdad del elogio pindárico.

Para confirmar la verdad del elogio pindárico los invito ahora a que viajemos a Olimpia, asunto nada fácil porque Olimpia no está junto al mar sino a unos 15 kilómetros al interior de la costa oeste del Peloponeso, en una húmeda y calurosa llanura flanqueada por dos ríos, el Alfeo y el Cladeo, en cuyo punto de convergencia se encuentra el Altis o recinto sagrado de Zeus.




Si hemos llegado por barco desde Agrigento o Corinto hasta el cerca-no puerto de Pirgos, haremos el camino a pie o a lomo de mula flanqueados por griegos de los más remotos rincones del Mediterráneo, de Asia Menor o del Mar Negro. Un artesano de Marsella caminará al lado de un mercader de Trebizonda o de Cirene, un siracusano compartirá con un corcirio o un ateniense, algo que sólo la tregua olímpica o ekejeiría hace posible, pues tal vez en este momento Atenas y Córcira están en guerra con Siracusa y sus aliados. Pero todos hablamos griego, pertenecemos a la nación helénica. Nos exalta el sentirnos, por unos días, parte de una unidad superior.
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A poco andar se suma a la caravana un grupo procedente de la ciudad de Elis, la pólis que rige los juegos, situada unos 58 kilómetros más al norte. Este abigarrado cortejo ha recorrido la Vía Sagrada a lo largo de la costa y está formado por los Hellanodikai o jueces oficiales con sus largos mantos color púrpura, por los atletas y sus entrenadores, por carros y caballos, por sus dueños, aurigas y jinetes.
Esta es la comitiva de los que han estado obligatoriamente en Elis durante un mes antes de la competencia. Allí los atletas han entrenado rigurosamente bajo la supervisión de los “jueces de los griegos”, conocidos por su probidad e imparcialidad.

Los grupos de competidores, delegados oficiales y peregrinos.

Los grupos de competidores, delegados oficiales y peregrinos como nosotros han ido precedidos por equipos de trabajadores que ya están en Olimpia. Éstos han ido a preparar el lugar, a despejar la maleza, a enderezar algún muro o estatua, a limpiar las fuentes y bebederos, a levantar comedores provisorios y establos para los animales que serán sacrifica-dos.

¿Por qué? Porque Olimpia no es una pólis. Nadie o muy poca gente vive allí en forma permanente y han pasado ya cuatro años desde los últimos juegos.

Por eso mismo no podemos esperar muchas comodidades. Si no somos magistrados o embajadores de alguna ciudad importante, tendremos que dormir al aire libre y sufrir el embate del clima. Epicteto, un filósofo estoico del siglo segundo de nuestra era, lo dice en forma elocuente:

¿No ocurren cosas desagradables y duras en la vida? ¿No ocurren también en Olimpia? ¿No te quema el sol? ¿No te ahoga la multi-tud? ¿No es acaso difícil refrescarse? ¿No te empapas cuando llueve?

¿No te incomodan el ruido, los gritos y las demás moles-tias? Pero me parece que estás dispuesto a soportar todo esto y que lo haces con gusto al pensar en el magnífico espectáculo que vas a contemplar.

El magnífico espectáculo al que se refiere Epicteto durará cinco jornadas y tendrá lugar después de las cosechas, durante los calurosos días de fines de agosto.
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22 de agosto de 2017

Las Olimpíadas en el Mundo Antiguo: una simulación virtual entre el profesionalismo y la desnudez.

Este artículo, que fue expuesto originalmente con diapositivas en el Centro de Estudios Públicos de la ciudad de Santiago, Chile, invita a la audiencia a imaginar que se está asistiendo a los Juegos Olímpicos de la antigüedad.

Se explica el programa de dichos juegos y después se describen los eventos. Entre los temas más controvertidos que se plantean en estas páginas están el profesionalismo en el atletismo griego, las explicaciones sobre la desnudez y la exclusiva participación masculina, así como los orígenes religiosos de los juegos.

En el año 1996, con los Juegos Olímpicos de Atlanta, EE. UU., se cumplió el primer centenario del ciclo moderno de este tipo de competencias. En 1896, bajo el impulso del barón francés Pierre de Coubertin se reinició, en el recién restaurado estadio de Atenas, la costumbre de que atletas procedentes de distintas partes del mundo se reunieran cada cuatro años para competir en diversos deportes.
Discobulus

Las Olimpíadas en el Mundo Antiguo.

Es admirable que las olimpíadas modernas hayan cumplido ya ciento veintiún años a pesar de dos guerras mundiales y de ocasionales boicots, pero más sorprendente aún es el hecho de que las olimpíadas antiguas se hayan celebrado, con ligeras variantes, durante casi mil doscientos años.

La idea del baró Pierre de Coubertin.

La idea de Coubertin y de otros era recrear una institución de la cual se sabía por fuentes literarias y por exitosas excavaciones alemanas en Olimpia, iniciadas en la década de 1870 y llevadas a cabo por Ernst Curtius, bajo los auspicios directos del Kaiser Guillermo I.

Lo que me propongo hacer en estas páginas es explorar sumariamente las olimpíadas antiguas como fenómeno histórico y social, despojándolas de la pátina romántica con que se las cubrió durante el siglo XIX y comienzos del XX, e ilustrándolas a partir del arte producido por los griegos mismos.




Quisiera también hacer algunas preguntas a un nivel más hondo respecto del contexto religioso y cultural que le dio sentido a esta notable actividad humana.

Los Juegos Olímpicos según el calendario griego.

Según el calendario griego de uso común, los juegos olímpicos se celebraron por vez primera en el año 776 a. C. (aunque es posible que se trate de una mera reorganización de un festival que existía ya antes2) y fueron clausurados probablemente en el año 393 d. C., cuando el emperador cristiano Teodosio I prohibió la celebra-ción de festivales paganos3. Su hijo el emperador Teodosio II decretó, unos treinta años más tarde, la destrucción de templos y santuarios.
Leer también: Las Olimpíadas en el Mundo Antiguo: la verdad del elogio pindárico y un viaje a Olimpia.
Antes de Coubertin hubo varios esfuerzos, poco conocidos hoy, por reiniciar los juegos olímpicos. En Inglaterra se inició un primer ciclo en 1636 y en Grecia se organizaron competencias en 1859 (¡interrumpidos por la policía!), en 1870, en 1875 y en 1889. En estos últimos juegos se quiso limitar la participación como atletas y como espectadores a los miembros de la aristocracia griega del momento y todo terminó con unos colosales disturbios.
olimpiadas.antiguas
Durante ese largo período hubo serios esfuerzos por compilar listas de los vencedores en los juegos, porque con frecuencia se situaba la fecha de un acontecimiento haciendo referencia al ganador de una prueba, casi siempre la carrera corta o “estadio”4. Se decía, por ejemplo, que algo ocurrió “el año en que Desmón de Corinto ganó el estadio”.

Los vencedores en los juegos olímpicos proveían así el marco de referencia dentro del cual se circunscribía la vida de la Hélade. Con un cierto dejo de tristeza podemos anotar que el último atleta vencedor cuyo nombre conocemos es Varazadates (o Barasdates), un príncipe helenizado de Armenia, quien ganó la competencia de boxeo en el año 385 d. C., cuando ya los juegos olímpicos estaban amenazados de muerte.

¿Dónde y cómo se celebraban los juegos olímpicos y por qué?

Me parece útil comenzar por los hechos más conocidos para luego intentar darles sentido.

Supongamos que por un hermoso azar se descubre que en algún lugar de Grecia, Sicilia o Asia Menor hay una ciudad o pólis griega que hasta ahora no ha sido excavada, y que nos encomiendan a ustedes y a mí la formidable tarea de sacarla a la luz. Al comenzar a cavar trincheras explora-torias no podremos evitar hacernos algunas preguntas: ¿Dónde estará situada el ágora o plaza pública? ¿Dónde estarán los templos más importantes?

¿Dónde se encontrará el teatro?

Y, por último, ¿dónde habrán construido estos griegos su estadio?

Estas preguntas surgen porque se refieren a cuatro instituciones constitutivas de la vida griega: política, religión, poesía y atletismo. Sin estadio y sin el lugar donde uno se prepara para competir en el estadio, vale decir, sin gimnasio, no hay vida griega plena.
Las Olimpíadas en el Mundo Antiguo: una simulación virtual entre el profesionalismo y la desnudez.Haz Clic para Twittear
La presencia del gimnasio y del estadio dentro de una pólis responde a la necesidad casi obsesiva de mantenerse en buen estado físico, no como algo deseable por sí mismo y compatible con el buen estado físico de los demás conciudadanos (como el fitness actual), sino como una condición necesaria para salir de la pólis y competir con éxito fuera de ella.

Se calcula que a comienzos del siglo V a. C. se organizaban en el mundo griego más de 50 juegos o competencias entre atletas de distintas ciudades y que unos siglos más tarde ese número había llegado a más de 300.
coubertein
Nota:

La palabra “estadio” puede significar tres cosas distintas: a) una carrera corta, b) una medida de longitud equivalente a 600 pies, y c) el edificio mismo, es decir, lo que nosotros designamos con esta palabra. Romano (1983), p. 9.
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12 de agosto de 2017

En los deportes individuales, la oposición directa es pasiva, en el fútbol es combativa, es oposición total.

En los deportes individuales, la oposición directa es pasiva, en el fútbol es combativa, es oposición total.

Warren S. McCulloch, del laboratorio electrónico del Instituto de Tecnología de Massachusetts, decía en abril de 1966 (La Razón, Buenos Aires, 26-4-66) que... «una computadora no puede cambiar de opinión, como el hombre, catorce veces en tres décimas de segundo». Y añadió que el hombre puede hacerlo porque posee un trillón de neuronas computadoras con un total de dos millones de componentes biológicos separados.

Seguramente que Warren S. McCulloch no pensó estar «hablando de fútbol» cuando formuló esa declaración.

Fútbol dinámica de lo impensado.

Pero el hombre reflejado en aquella conclusión científica es el mismo hombre que juega al fútbol y produce impensadamente todo lo que un partido de fútbol registrará entre veintidós hombres, una pelota y, además, una infinidad de circunstancias que escapan a la voluntad de aquellos hombres.

Es ese «hombre común», pese a ser siempre el mismo jugador, el mismo dotado, superdotado o poco dotado, el que hará siempre diferentes dos partidos donde jueguen los mismos hombres y aparentemente las mismas circunstancias visibles. Pero nunca «las mismas» entre aquellas que escapan al control humano.

El hombre común.

Es ese «hombre común» el culpable de la «casi inutilidad» de este libro y acaso todos sus semejantes.
Es ese hombre común, no sólo desigual a todos los hombres sino constantemente desigual para consigo mismo, el que hará desiguales dos partidos de fútbol «iguales» pensados de una misma manera; dos viajes en automóvil en una gran urbe a cargo del mismo conductor y bajo el mismo tratado de conducción.

Y más aún, muchísimo más, cuando se trate —como el fútbol o el manejo de un automóvil— de superar factores de oposición tan cambiantes y tan imprevistos como las propias fluctuaciones en las ideas de «nuestro individuo» o de «nuestro equipo».
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En toda confrontación deportiva hay una oposición a vencer.

Deportes individuales y colectivos.

Aun en las más solitarias carreras contra el inofensivo reloj.

Pero, en los deportes individuales, la oposición directa es pasiva.

En el fútbol es combativa. Es oposición total.

En el deporte de acción individual nadie priva a nadie de su instrumento competitivo básico.

Si dos pintores concursan a un mismo tiempo y ante un mismo motivo para establecer un circunstancial escalafón de valores artísticos, un pintor no despojará al otro de su pincel.

Un atleta lucha contra la distancia, contra la herramienta, contra la valla, contra la varilla, contra su fatiga... pero sin que un adversario le coarte el movimiento, ni le quite el disco, la bala, la jabalina, la garrocha o el martillo.

El fútbol se juega con la aceptada ley del derecho al despojo.

El fútbol se juega con la aceptada ley del derecho al despojo de la herramienta básica de juego.
He ahí —para él, para el rugby, para el basquetbol y todos los deportes colectivos de oposición directa— una condición que hace absurda, imposible, una reiterada pretensión comparativa de muchos espíritus propensos a encandilarse con la luminosidad de la dialéctica tecnológica, que no discrimina entre técnica y humanidad en aquella pretensión de refundir, en un común presupuesto de metodización, a las actividades específicas de un futbolista con las de un operario, las de un atleta de cualquier competición deportiva individual, y hasta las de un artista de comedias.




Esto último es frecuente, y no sólo en neófitos en materia futbolística; aun en supuestamente idóneos en fútbol, sea por debilidad de convicciones o por temor a quedar fuera de época, de no hablar «al ritmo» de una época... embustera. Eufemista.
En los deportes individuales, la oposición directa es pasiva, en el fútbol es combativa.Haz Clic para Twittear
Se habla de la sistematizada dedicación de cada uno a su oficio (el futbolista ciertamente lo tiene en la sociedad contemporánea) y se asimila a todos a los mismos factores de oposición, pero sin jamás recordarse que mientras en el fútbol se hace fundamentalmente lo que el adversario permite hacer, y después lo que queramos nosotros hacer..., en todos los demás casos de pretendida comparación, la realización humana responde exclusivamente a lo que pueda ser capaz de hacer el protagonista totalmente liberado del riesgo de que alguien lo despoje del piano en que ejecuta la música, del pincel con qué pinta, de la garrocha con que salta o de la bicicleta con que corre. Para estos casos puede haber, y asimismo no permanentemente, una técnica.

Para el fútbol es ocioso hablar de una técnica.

Pero para el fútbol es ocioso hablar de una técnica, de una manera de jugar bien, de una norma para jugar o «ver mejor» un partido, siendo que habrá muchas humanidades fluctuantes, cambiantes, sorpresivas, imprevistas, espontáneas... que impondrán la vigencia de muchas técnicas. La técnica del imprevisto por sobre todos los previstos.

Y más aún: limitando esa técnica al uso de la más indócil de las armas posesivas del hombre, los pies, siempre más indóciles que las manos al ordenamiento del cerebro. La espontaneidad no se puede metodizar en ningún orden de cosas. Además: nunca, en ningún orden de cosas, hemos visto surgir un hombre virtuoso solamente porque «le enseñaron» a ser virtuoso. El cirujano, el músico, el futbolista, todos tienen que nacer virtuosos para llegar a ser virtuosos mediante sus distintos senderos naturales: unos capacitándose, otros manifestándose.

Sociólogos y filósofos.

Hay sociólogos y filósofos que suelen resultarme los mejores autores de libros de fútbol que yo conozca.

Uno de ellos, Julián Marías, dice muy bien, sin pensar que esté «hablando de fútbol», que... cuando se sabe lo que va a pasar es que no va a pasar nada.

Cuando la espontaneidad es planificada, lo espontáneo se acaba.

Y si al fútbol lográramos hacerlo no espontáneo, como muchos pretenden hacerlo creer, pero no lo logran jamás, entonces sí podríamos decir nosotros, a coro con aquel tratadista de conducción de automóviles en el tránsito urbano: «este libro sustituye con ventajas al cerebro humano».

Porque estaríamos asistidos por la posibilidad de reunir —planificada la espontaneidad en todas sus facetas previsibles e imprevisibles— la totalidad de aquellos cambios de opinión que, a razón de catorce veces por cada tres décimas de segundo, es capaz de realizar el hombre y, de hecho, como hombre que es, el hombre que juega al fútbol.

Estaríamos, en ese caso, seguros de viajar desde el centro de Buenos Aires hasta la más encrucijada barriada callejera, por un camino determinado a priori, planificado, exento de alteraciones hasta ahora imprevisibles por atascamientos de vehículos, clausuras temporarias por accidentes sin hora fija, trabajos de reparación de calles, manifestaciones estudiantiles perseguidas por policías, o presentación de sus cartas credenciales por un diplomático extranjero.

 Jugar al fútbol y viajar en automóvil.

He allí un símil entre jugar al fútbol y viajar en automóvil con la aceptada «regla de juego» de que en un caso nos quiten la pelota que necesitamos para jugar, y en el otro nos bloqueen la calle por donde necesitamos pasar. ¿Solución? ¡Escaparle a la gente! (condición básica para jugar bien al fútbol).
¿Plan para «escaparle a la gente»? Uno solo posible: el del instinto, el de los catorce cambios de opinión en tres décimas de segundo que hace posibles nuestro trillón de neuronas computadoras y sus dos millones de componentes biológicos separados.

Moraleja: el fútbol es un arte del imprevisto.

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