16 de octubre de 2016

Marc Márquez conquista su tercer título en MotoGP en Motegi (Japón).

Marc Márquez se proclamó campeón del mundo de MotoGP tras las caídas de Valentino Rossi y Jorge Lorenzo una importantísima victoria en el GP de Japón. El piloto de Honda, que conseguía su primera victoria en Motegi, conquista su tercera corona en la categoría reina a falta de tres pruebas para concluir la temporada. Dovizioso y Mavercik cerraron el podio.

El inicio de carrera ya auguraba una mala jornada para Valentino Rossi. El italiano fue adelantado por Márquez y Lorenzo en la mismísima salida y quedaba relegado a un tercer puesto que más tarde le pasaría factura (cuando quiso corregir la situación).
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Ante esta perspectiva, los astros se alinearon con el piloto de Honda. El ‘93’ pasó al ‘99’, con mejor ritmo que la Yamaha y ese plano dejaba en muy malas condiciones a Rossi, consciente de que un tercer puesto no era válido si quería pelear por el título en las tres pruebas que restan.

Valentino Rossi quería dar caza a Marc Márquez, cada vuelta una décima más rápido que el italiano. El ‘46’ tenía que arriesgar…. Y arriesgó demasiado. La rueda trasera le jugó una mala pasada y acabó en la gravilla sumando su cuarto ‘rosco’ de la temporada y retirandonse de toda opción para luchar por el título de MotoGP.
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Se abría un gran horizonte para Márquez, con el italiano K.O. solo quedaba que Jorge Lorenzo quedara fuera del podio. Y Dovi junto a Aleix Espargaró apretaron para dar caza al balear. Maverick se sumó a la fiesta y adelantó a su compañero de Suzuki, poniendo la directa.

La presión de Dovi y el acecho de Maverick hizo que Jorge le dejara en bandeja el mundial a Marc Márquez tras irse al suelo en la vuelta 9. La pizarra del piloto de Honda marcaba ‘LOREN OUT’ y era entonces cuando, a cuatro vueltas para el final, tenía el título en su bolsillo.
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Paradojas de la vida, quedaban tres vueltas para que la ‘hormiguita’ llegará a su destino tras una temporada pilotada con mucha inteligencia. Los nervios respetaron al tricampeón y finalmente, casi por sorpresa, sumó su quinto título en siete años.
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6 de octubre de 2016

Violinista, candombero y superhéroe olímpico.

José Leandro Andrade fue el primer crack negro uruguayo  del fútbol. Ganó con La Celeste los Juegos Olímpicos de 1924 y de 1928. Más tarde fue campeón del Mundial de 1930.

Los Juegos Olímpicos eran una suerte de Mundial. En esos días de los años veinte todavía la FIFA no había creado su perfecta joya, la más deseada. Pero el fútbol de élite ya sucedía. Y el Río de la Plata ofrecía a los mejores exponentes. De repente, en el deporte que era jactancia británica, desde el sur del sur aparecían los mejores futbolistas y los equipos invencibles. José Leandro Andrade era negro, mediocampista, atleta, violinista, amigo del candombe y de los goles que resultaban una celebración del carácter lúdico.
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Fue crack no sólo en su país sino también en los grandes escenarios. Con él, Uruguay ganó las medallas de oro de París 1924 y de Amsterdam 1928 (ante Argentina, en desempate) y tres Copas América. Luego, se impondría en la Copa del Mundo de 1930, en su tan cercano Centenario.
Andrade era un audaz. Adentro del campo de juego, territorio de sus mejores osadías. Y afuera, donde también era un artista, un seductor. Eduardo Galeano lo describió con un puñado de palabras en su libro Fútbol a sol y sombra: "Fue negro, sudamericano y pobre, el primer ídolo internacional del fútbol". Y también contó sobre el asombro que su fútbol generaba: "Las gambetas de los jugadores uruguayos, que dibujaban ochos sucesivos en la cancha, se llamaban moñas. Los periodistas franceses quisieron conocer el secreto de aquellas brujerías que dejaban de mármol a los rivales. José Leandro Andrade, intérprete mediante, les reveló la formula: los jugadores se entrenaban corriendo gallinas, que huían haciendo eses. Los periodistas lo creyeron, y lo publicaron".
Jugó en los dos gigantes de su tierra: Peñarol y Nacional. También tuvo un escueto y poco recordado paso por el fútbol argentino: anduvo por Atlanta y por la fusión Lanús-Talleres de Remedios de Escalada, en los años treinta. En todos lados, más allá del desenlace, ofreció lo mejor: su vocación por la belleza del juego.
 
Recorrió la vida entre paraísos e infiernos, sin miedo, sin pausa. Lo retrató el escritor Julio César Puppo: "En París fue la novedad. Se le dispensó una admiración supersticiosa. Se lo disputaron las lindas francesitas como a un extraño amuleto, con algo de temor, algo de curiosidad y quién sabe qué extraño sensualismo salvaje. (...) Se levantó hasta los labios perfumados de las finísimas parisinas, para ser devuelto a la calle, más pobre y abandonado que antes". Era de oro y de barro.

Era un militante de la bohemia de su Montevideo. Ni los encantos de los ojos claros de una condesa consiguieron doblegar su apego a los viejos hábitos aprendidos cerca del puerto. Ella lo fue a buscar para llevarlo de regreso a Europa. El decidió quedarse en su barrio. Murió de tuberculosis a los 55 años, en la soledad de un asilo. Cuenta la leyenda que la condesa jamás lo olvidó. Tampoco la estupenda historia del fútbol uruguayo.
Leer también: Johan Cruyff generó una revolución, como jugador y como técnico.
Como nunca antes en su historia, Uruguay está haciendo una eliminatoria soñada. Hace justo un año, previo al inicio del certamen, que fue con victoria en La Paz frente a Bolivia, nadie soñaba con este presente: primero con 16 puntos, con la delantera más efectiva y el arco menos vencido (16 tantos a favor y cinco en contra) lo que, a priori es un punto más, teniendo en cuenta que al final, en caso de empate, se define por diferencia de goles. Mirá también: Uruguay ante Venezuela, en un choque de extremos ¿Cuál ha sido la principal razón o sostén de esta gran campaña? Lo muy fuerte que se ha hecho de local. Los números no mienten: Superó 3 a 0 a Colombia y por el mismo marcador a Chile, goleó 4 a 0 en la pasada fecha a Paraguay y superó por la mínima a Perú. Es decir, marcó 11 goles y no le convirtieron ninguno.

Como hace tiempo, el estadio Centenario volvió a convertirse en un reducto inexpugnable, y en él, hoy a las 20, enfrenta a Venezuela, buscando los tres puntos que le asegurarían, al cierre de la primera rueda, terminar al tope de la tabla. De valerse por lo que son la estadísticas, este dato no es menor teniendo en cuenta que, desde que se disputan las eliminatorias con este formato (previo al Mundial de Francia en 1998), todas las selecciones que terminaron como líderes en la primera rueda, clasificaron después en forma directa a las distintas Copas del Mundo.
Pero por más que la diferencia en la tabla sea notoria (Venezuela está último con 2 puntos), nadie cree que será un partido fácil para La Celeste, ya que la selección Vinotinto, desde 2000, la ha complicado en varias ocasiones. De hecho, de local, Uruguay hace tres eliminatoria que no le gana (cayó 3 a 0 en el camino al Mundial de Alemania 2006, y empató en las dos siguientes ocasiones) y además, como antecedente más fresco, la selección que conduce Rafael Dudamel derrotó a la de Oscar Tabárez 1 a 0 en la Copa América Centenario, eliminándolo en la fase de grupos. Mirá también: Posiciones, agenda y TV de una fecha clave de Eliminatorias.

Para intentar buscar el triunfo, Tabárez empleará un sistema similar al que aplicó frente a Paraguay, con la inclusión en la línea media de Nicolás Lodeiro, en lugar de Gastón Ramírez, con la idea de que pueda abastecer mejor y que le llegue la pelota más limpia a los dos cartas fuertes que tiene en ataque: Luis Suárez y Edinson Cavani. Uruguay saldrá con la siguiente alineación: Fernando Muslera; Mathias Corujo, Diego Godín, Sebastián Coates y Gastón Silva; Carlos Sánchez, Egidio Arévalo Ríos, Nicolás Lodeiro y Cristian Rodríguez; Suárez y Cavani.
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Los secretos de la nueva vedette de Europa.

PSG domina el fútbol francés de los últimos tiempos: ganó 13 títulos locales en el último lustro. Ahora va por su obsesión: la Champions League.

Todavía duele el silencio que generó el desenlace de la final de la Eurocopa ante Portugal, en Saint Denis. Pero la pelota sigue picando y latiendo en la capital de Francia. París continúa siendo la ciudad de las luces del fútbol galo en el último lustro.
PSG-Supercopa-Francia
Lo saben todos: desde los turistas que miran los anuncios de las presentaciones del PSG por las calles del barrio Latino o de cualquier otro hasta los rivales que advierten que enfrentarse al gigante de estos días mucho se parece a una derrota. El 4-1 frente al Lyon (en el Wörthersee Stadion, de Klagenfurt, Austria; por la Supercopa de Francia, el primer título oficial de la temporada 16/17) fue el más reciente testimonio al respecto. También el 1-0 como visitante ante Bastia, en el inicio de la Liga, el último fin de semana. Ellos dominan todo.

Desde la irrupción de Qatar Investment Authority, en 2011, el PSG no paró de acaparar la atención y de ganar todo puertas adentro de Francia: sumó 13 títulos locales en el último lustro. Pero falta algo. Nasser Ghanim Al-Khelaïfi, hombre fuerte de la corporación qatarì y presidente del club, tiene una obsesión: ganar la Champions League. Quienes lo conocen cuentan que él no entiende cómo una ciudad como la París que le encanta no tenga el trofeo de clubes más deseado.

El intrépido Nasser -nacido en Doha hace 42 años- es el primer extranjero en ocupar el cargo de máxima autoridad del PSG. Antes frecuentaba otro deporte: jugó al tenis y representó a Qatar en la Copa Davis entre 1992 y 2002. Llegó a estar entre los mil mejores del ranking ATP (su mejor puesto fue el 995). Hoy sigue ligado a ese deporte: es el presidente de la Qatar Tennis Federation (QTF) y el vice de la Federación Asiática. También está vinculado al negocio de los medios: preside la cadena de televisión beIN Sports, filial de Al Jazeera. Pero su juguete preferido es el PSG. Es un modo que eligieron él y Qatar de mostrarse al mundo. También de afrontar ciertas miradas inquisidoras respecto de un país cuestionado como sede de la Copa del Mundo de 2022.
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"No podría cabecear un centro ni parar una pelota", gritan quienes lo quieren poco, incluso en los mismos medios franceses que lo señalan como el más exitoso de los dirigentes. En cualquier caso, nadie se atreve a contradecirlo en sus decisiones grandes, en sus búsquedas de negocios incluso vinculado al deporte. Hay una razón poderosa: no son pocos los rankings que lo muestran en el top 100 de los hombres más ricos del mundo.
Con la obscenidad de tantos billetes llegó a comprar la defensa más cara del mundo (con los brasileños David Luiz y Thiago Silva incluidos) y se dio el gusto de contratar -en las últimas temporadas- a esos dos jugadores cuyo talento adoraba y adora: Javier Pastore y Angel Di María. Con ellos y con la llegada reciente del vasco Unai Emery como entrenador está convencido de que un día despertará como dueño de lo que le falta: la Champions. En nombre de eso ofrece a su vedette favorita, este PSG.
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