Hace un siglo, en pleno enfrentamiento bélico, soldados británicos y alemanes detuvieron los disparos y se pusieron a jugar al fútbol. El episodio se llamó La Tregua de Navidad.
duró lo que podía durar: muy poco. Pero esos días -aquellos instantes que mucho tuvieron de mágicos y de inverosímiles- mostraron los alcances inmensos que el fútbol puede ofrecer.
Sucedió en plena Primera Guerra Mundial. La Navidad de 1914 estaba por llegar.
En el Frente Occidental, en la ciudad de Ypres (territorio belga; región flamenca, Provincia de Flandes Occidental), de un lado estaban los soldados alemanes; del otro, los británicos. Comenzaron con villancicos cantados al azar y a la par. Ya juntos, en ese rato de paz, enterraron a los caídos.
También juntos los lloraron. En el medio, cuando la hostilidad entre soldados se deshacía en un intercambio de pequeños regalos decididamente significativos, aparecieron pelotas de fútbol. Y entonces, en ese precioso momento, la guerra se detuvo. Y los horrores fueron derribados en cada jugada. Bajo el cielo de tantos dolores, un milagro sucedía.
Ahora, aquella ocasión en la que el fútbol venció a la Primera Guerra Mundial cumplió cien años. No se trató de un evento más el del centenario de La Tregua de Navidad.
Sirve un detalle reciente: Michel Platini -presidente de la UEFA- invitó a los mandatarios de Bélgica, Francia, Italia, Gran Bretaña, Alemania e Irlanda a participar del tributo a aquel episodio en el que el fútbol triunfó ante las bombas. Lo explicó el excrack francés: "La ceremonia de conmemoración debe rendir homenaje a los soldados que, hace un siglo, expresaron su humanidad en un partido de fútbol escribiendo un capítulo en la construcción de la unidad europea y que son un ejemplo a seguir por las jóvenes generaciones de hoy". Incluso, en la última edición de la revista FIFA Weekly, el propio Joseph Blatter -presidente del fútbol universal- se refirió al tema. El hombre de los negocios celebró el gesto de paz.
El cine le ofreció espacio al hecho. "Joyeux Noël" (Noche de paz, en la Argentina) se llama la película francesa de Cristian Carlon en la que se retrata aquel momento. Estrenada en 2005, llegó a estar nominada como Mejor Película Extranjera. Y aunque perdió ante la sudafricana "Tsotsi", de Gavin Hood, dejó su huella. El film, en cualquier caso, ofrece una mirada similar a la de aquellos futbolistas amateurs y entusiastas, esos soldados que no quisieron ser soldados por un rato: es un mensaje de esperanza.
También la literatura se hizo eco en algún momento. La obra "Silent Night: The Story of the World War I Christmas Truce", de Stanley Weintraub, brinda los detalles de ese instante en el que la Guerra se detuvo y los rivales del campo de batalla jugaron un momento largo en un campo de juego. Mirándose, entendiéndose. El resultado, respecto del cual hay varias versiones, poco importó en aquel momento. Y poco importa ahora, un siglo después. La victoria, que duró lo que duró el partido o los partidos, fue de todos ellos. Hecha mensaje para todos los tiempos. Hecha leyenda de paz.
Hace poco más de tres décadas, el estupendo Paul McCartney le dedicó al hecho su mirada con la canción Pipes of Peace. Dice en el estribillo "Help me to learn songs of joy / instead of 'burn baby burn' / won´t you show me how to play / The pipes of peace, play the pipes of peace" (Ayúdame a aprender canciones de alegría / en lugar de ´quema bebé quema' / vamos a mostrarles cómo tocar / las pipas de la paz). En el video, el artista es un soldado de aquellos que se animaron a cambiar los ruidos de los disparos por los gritos de gol.
Lo escribió Eduardo Galeano respecto del fallecimiento -en julio de 2001- de Bertie Felstead, el último sobreviviente de aquel evento que la historia abraza: "Había atravesado tres siglos: nació en el 19, vivió en el 20, murió en el 21. (...) Se enfrentaron en ese partido los soldados británicos y los soldados alemanes. Una pelota apareció, venida no se sabe de dónde, y se echó a rodar, no se sabe cómo, entre las trincheras. Entonces el campo de batalla se convirtió en campo de juego, los enemigos arrojaron al aire sus armas y saltaron a disputar la pelota, todos contra todos y todos con todos. Mucho no duró la magia. A los gritos, los oficiales recordaron a los soldados que estaban allí para matar y morir. Pasada la tregua futbolera, volvió la carnicería. Pero la pelota había abierto un fugaz espacio de encuentro entre esos hombres obligados a odiarse". La pelota ya no quería jugar...
Benedicto XV, el Papa de entonces, había hecho una solicitud de tregua antes de aquella Navidad. Nadie le prestó atención. El fútbol -deporte poderoso, espacio de pertenencia- se encargó luego de que su deseo fuera cumplido. Los que se mataban dejaron de matarse. Al menos mientras la pelota -encantadora pelota que acerca- había rodado en ese campo que por un rato dejó de ser de batalla.
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