Es uno de los grandes mitos de la historia de Nacional y del fútbol uruguayo. En 1918, cuando sintió que ya no podía jugar, se pegó un balazo en el corazón. Tenía 25 años.
No era metáfora ni exageración. Se trataba de una estricta certeza, de una verdad sin objeciones: Abdón Porte llevaba a Nacional en el alma, en el corazón, en la sangre. Un día, a los 25 años y cuando tenía planificado su casamiento, el mediocampista que ofrecía hasta la piel sintió que ya no era el mismo. Que ya no podía ofrecer lo mejor para su club, para su equipo. Tomó la decisión en silencio: en aquel comienzo de marzo de 1918, abandonó el festejo de su último triunfo en el centro de Montevideo.
Se tomó el tranvía, se acercó al Parque Central -su estadio, el de Nacional-, entró al campo de juego vacío. Estaba solo. Fue hasta la mitad de la cancha. Sacó un arma. Le disparó a su corazón de jugador bravo y de hincha desmesurado. Murió pronto. A la mañana siguiente, la del 5 de marzo, el perro del canchero Severino Castillo lo descubrió allí, en el lugar de la tragedia elegida. Tenía la camisa llena de sangre y un sombrero con una carta que él había escrito para explicar.
Alguna vez, en los años sesenta, un amigo de Abdón -Luis Scapinachis- mencionó las razones de la decisión inesperada, inverosímil, mítica: "Anidaba en su corazón y en todo su ser el deseo de vestir siempre la tricolor, y cuando empezaron a flaquearle las piernas cargadas de victoria, ante la cruel perspectiva de ser eliminado del conjunto, optó por eliminarse". Nacional era para Porte su vida. Y sintió que la vida se le iba... Ya no encontraba lugar.
El periodista Diego Lucero, quien alguna vez trabajó en esta redacción, también contó aquellos días, aquella historia en días lejanos: "Después del partido ante Charley, para la temporada de 1918, la directiva de Nacional decidió correr a Alfredo Zibechi al centro. Porte era reemplazado. Sería un suplente, un hombre de reserva. No pudo soportar el golpe. (...) Cinco días después Nacional disputó un partido con Wanderers a beneficio de la familia de Porte.
Asistimos a ese cotejo en que flotó el recuerdo del Indio. Cuando los ojos distraídos dirigían sus miradas hacia el medio eje albo buscaban a Porte. Allí lo habíamos visto muchas veces; allí se había dormido, allí fue. Acaso la vieja torre del molino sigue mirando hacia allí". Porte, con su muerte prematura, con sus misterios, con su pasado, consiguió algo que es patrimonio de casi nadie: se convirtió en presente perpetuo del fútbol uruguayo. Ahora, en las calles de Montevideo, casi un siglo después, su nombre sigue latiendo.
La literatura abrazó su historia. El escritor Horacio Quiroga se inspiró en Porte para ofrecer su cuento "Juan Polti, half back", publicado en ese 1918 en la revista Atlántida. Así comienza: "Cuando un muchacho llega, por a o b, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremisiblemente. Es un paraíso demasiado artificial para su joven corazón. A veces pierde algo más, que después se encuentra en la lista de defunciones. Tal es el caso de Juan Polti, half-back de Nacional. Como entrenamiento en el juego, el muchacho lo tenía a conciencia. Tenía, además, una cabeza muy dura, y ponía el cuerpo rígido como un taco al saltar; por lo cual jugaba al billar con la pelota, lanzándola de corrida hasta el mismo gol". Juan no era otro que el indescifrable Abdón. Polti era Porte.
Eduardo Galeano, también desde esa Vecina Orilla, contó el episodio en su libro "El fútbol a sol y sombra": "Abdón Porte defendió la camiseta del club uruguayo Nacional durante más de doscientos partidos, a lo largo de cuatro años, siempre aplaudido, a veces ovacionado, hasta que se le acabó la buena estrella. Entonces lo sacaron del equipo titular. Esperó, pidió volver, volvió. Pero no había caso, la mala racha seguía, la gente lo silbaba: en la defensa, se le escapaban hasta las tortugas; en el ataque, no embocaba una. (...) Se pegó un balazo a medianoche, en el centro de la cancha donde había sido querido. Estaban todas las luces apagadas. Nadie escuchó el disparo. Lo encontraron al amanecer. En una mano tenía el revólver y en la otra una carta".
La carta, ya leyenda de la vida de Nacional y del fútbol del mundo, decía: "Querido Doctor José María Delgado. Le pido a usted y demás compañeros de Comisión que hagan por mí como yo hice por ustedes: hagan por mi familia y por mi querida madre. Adiós querido amigo de la vida" Y bajo su firma evocaba al club de su corazón ya roto: "Nacional aunque en polvo convertido / y en polvo siempre amante. / No olvidaré un instante / lo mucho que te he querido. / Adiós para siempre". Y ese "para siempre" fue para siempre en todos los sentidos que se le quiera mirar.
Ahora, en el Parque Central en el que Nacional suele jugar, en ese templo del fútbol que también cobijó al Primer Mundial, la Tribuna Oeste lleva un nombre y un apellido: Abdón Porte. Y también allí, una bandera ofrece el mensaje que es para cada uno que se ponga la camiseta Tricolor y que no necesita explicaciones: "Por la sangre de Abdón".
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